El invierno se ha ido rápido, casi sin darme cuenta, sumido en la rutina, atrapado por el día a día, disfrutando, a gusto, pero demasiado estancado quizás para lo que estoy acostumbrado. Necesitaba marcharme, respirar nuevos aires, esos aires de vida que nos acostumbra a traer la primavera, que hace aflorar esa energía que ya casi creíamos perdida.
Para mí el piragüismo siempre ha sido ese soplo de aire fresco, esa excusa por la que hacer las maletas, sin ser lo más importante el destino, a sabiendas de que vaya a donde vaya algo diferente me espera. Suele haber, eso sí, un factor en común entre todos esos destinos: los paisajes montañosos, y en consecuencia, los ríos.
Me encuentro en el aeropuerto de Tibilisi, el que fue el inicio y ahora es el final de esta aventura.
En esta ocasión no tuve que darle mucho a la cabeza para elegir el destino. Unos amigos rusos, con los que ya había coincidido antes remando en el Pirineo y los Alpes, me propusieron acompañarles a remar a Georgia, país que a mí me resultaba tremendamente exótico, pero que para ellos es como su patio de recreo, por mucho que quede a más de 2000km de Moscú… Así son los rusos.
País perteneciente a la antigua Unión Soviética, Georgia es un joven estado que aún se está encontrando a sí mismo. Aquí los adultos aun hablan, como es normal, un ruso perfecto y los jóvenes en cambio empiezan poco a poco a decantarse más por el inglés, intentando alejarse de la sombra de la madre Rusia que aun hoy en día la mira amenazante desde el otro lado de los Cáucasos. Pero Georgia, joven y atractiva, se abre camino con la vitalidad que le da su nuevo estatus de país libre, aun un tanto pobre e inexperta, como recién salida de la universidad, pero sabiéndose con posibilidades de triunfar en la vida.
Y es que a Georgia no le falta de nada. Tuvo la suerte de nacer bien dotada, con esbeltas montañas de más 5000m, cuyas nieves al derretirse se precipitan a los profundos valles por los que discurren salvajes ríos de camino al mar, el Mar Negro, un pequeño oasis en el que a Georgia, por herencia, le toca convivir con unos vecinos con los que ya ha tenido mil historias, pero con los que le conviene llevarse bien, ya que por ahora son bastante más fuertes, experimentados y adinerados que ella.
Yo he de admitir que no sabía muy bien qué me depararía el país. No había podido encontrar muchas imágenes de los ríos del lugar, y de la cultura e historia del país sabía más bien poco. Acostumbrado a preparar minuciosamente las expediciones que he acometido en los últimos años, esta vez había decidido dejarme llevar. Con las nociones básicas que nos da el Wikipedia, salí de Loiu preparado para encontrarme con cualquier cosa.
Pero eso es fácil cuando sabes que cuando llegues al destino habrá alguien que te vendrá a recoger, y que desde allí sabrán a dónde ir, qué ríos pueden tener agua y qué zonas son más interesantes en esta época del año. No tiene mérito, lo sé, es un lujo, un auténtico lujo. Algo que necesitaba casi desesperadamente.
En estas casi tres semanas que he estado aquí no hemos hecho demasiado, no mucho más que remar y remar. Llegando a descender dos ríos diferentes cada día y repitiendo varias veces las secciones que más nos gustaban.
Para mi sorpresa, en esta época del año la mejor zona para remar no son las altas montañas del Cáucaso, sino otra pequeña cordillera que se encuentra en el sur-oeste del país, en la zona de Adjaria, en la frontera con Turquía. Montañas, que aunque eclipsadas por sus vecinos del norte pasan casi desapercibidas en el mapa, superan los tres mil metros de altura, muriendo éstas también en el mar Negro. Gracias a las frecuentes y abundantes precipitaciones comunes en esta zona y las más elevadas temperaturas que en el norte, suele tener interesantes caudales en primavera, cuando la nieve comienza a derretirse.
Cuando aparecimos nosotros por allí hace ahora dos semanas pasadas, el invierno aún no se había marchado, el termómetro no pasaba de los 5ºC, pero por suerte para nosotros no paraba de llover. Me había marchado de una Donosti casi veraniega para volver al crudo invierno… me sentía como en casa.
Nos habíamos juntado un buen grupo, 4 rusos y un alemán, que a última hora decidió sumarse al plan. Y menos mal. Viajar con los rusos es muy divertido, pero un tanto curioso. Son parcos en palabras, y el inglés, por lo general no es su fuerte, por lo que no sé si por pereza, por dejadez o simplemente porque son así, cuesta enterarse de las cosas.
Pongo un ejemplo al azar: Nos despertamos a la mañana, relativamente cerca de un río al que ya nos habíamos acercado el día anterior. Desayunamos y nos metemos en la furgo camino al río. Ellos delante, los guiris atrás. Todo preparado para en nada ponernos al lío. Pero la cosa se alarga. Lo que pensaba que iban a ser 30 minutos de conducir empieza a pasar de la hora. No preguntamos, porque pensamos que igual el día anterior no nos habíamos acercado lo suficiente. Pero la hora se convierte en dos y de repente nos hemos salido de las montañas. Preguntamos a ver qué pasa. -“No enough wáter, changed the plan, we go north”. Preguntamos que al norte a dónde, ¿A los Cáucasos?. -“yes. Only six hours”. El alemán alucina, a mí la verdad que me hace gracia, y me hace ilusión ir a los Cáucasos. Propongo parar para comer algo de camino, y me dicen que por supuesto. A la hora veo que nos adentramos en un valle cerrado, no sé si sabrán de un sitio para comer allí o qué pasa, y pregunto a dónde vamos. “We go kayaking”. Nada de ir al norte, estamos en la zona centro, y parece haber agua. El alemán, muy meticuloso y organizado él, agacha la cabeza y la balancea de lado a lado. Le entiendo. ¡Viva Rusia!
Eso era así al principio, pero a los pocos días se unió al grupo mi amigo y tocayo Mike (Mikhail). Este es un ruso de lo más atípico. Totalmente contrario a Putin (esto parece no ser tan raro), reniega un tanto de sus raíces rusas dónde nació y se crió, dando a su país casi por perdido, y se aferra más a sus orígenes judías. Mike, que pasa poco de los treinta, a los veinte se dedicaba sobre todo a la escalada y el esquí, además de al kayak. Un grave accidente le tuvo postrado en la cama varios meses y le dejó con una lesión grave en la pierna, de la que la seguridad social rusa no podía hacerse cargo. Negándose a darse por vencido emigró a Israel, de cuyo país tiene nacionalidad, y donde la sanidad debe de ser, al parecer, muy buena. Tras una dura y larga rehabilitación, hoy puede hacer vida normal, pero se ha tenido que olvidar de esquiar, y la escalada puede resultar también un poco peligroso para su pierna. Durante su estancia en Israel conoció el mar y se hizo instructor de buceo y patrón de barco. Hoy en día, ya completamente curado se ha comprado una auto-caravana vieja y viaja por Europa disfrutando del deporte al que le introdujeron sus padres de niño, siempre con su kayak a cuestas, allí donde haya agua, y cuando no lo hay guía viajes en velero por el mediterráneo o las Islas Canarias. No se lo monta mal el chaval.
Así le conocí yo, cuando tenía su furgoneta aparcada en un parking del Pirineo francés, junto a su amigo Ivan, que también se encuentra con nosotros, y que cada vez que puede coge un avión a la zona de Europa donde se encuentra en ese momento Mike, para pasar unos días junto a él.
Mike es mucho más parlanchín y su fluido inglés nos permite comunicarnos mucho mejor. Hace de nexo entre los europeos y los rusos, y el grupo se une mucho más tras su llegada, y nosotros empezamos a enterarnos mejor de los planes…
Cuando paró de llover en el sur el frío no dejaba derretirse a la nieve, y se secó todo. Muy a pesar de varios de los rusos, pude convencer al grupo para ir al norte, a las grandes montañas, a los grandes ríos, y como no, al gran frío. Me apetecía ver las montañas más altas de Europa y remar en sus ríos, y sabía que allí, habiendo grandes glaciares, aun con el caudal mínimo algo podríamos rascar. Mike tampoco conocía esa zona, así que se posicionó de mi lado. Los demás vieron que en el sur no pintábamos nada mientras no subieran las temperaturas, y aunque muy reticentes, al final accedieron.
Y menos mal. Sí, hacía un frío del carajo, de día no pasábamos por mucho del umbral de los cero grados, pero el lugar es tremendo, impactante, y efectivamente, allí se podía remar.
Fuimos al río Enguri, el que es el más caudaloso y de los de más desnivel de los ríos caucásicos, y el mejor para la práctica del kayak. A lo largo de sus cien kilómetros surcando los valles montañosos, tiene muchísimos cañones y muchas secciones en las que poder remar.
Está situado en la provincia de Svaneti, cuya capital, Mestia, se está convirtiendo gracias tanto a su belleza arquitectónica como paisajística, en punto de referencia para aventureros de todo el mundo que encuentran en este lugar algunas de las montañas más difíciles que escalar, mucha y muy buena nieve para esquiar y muchísimos senderos por los que pasear. De aquí era, por ejemplo, el icono del alpinismo soviético Mikhail Khergiani, y su monte estrella es el Ushba, del que dicen los expertos es una de las montañas más difíciles de escalar de todo el continente Europeo.
Pasamos tres días en la zona, en los que remamos los tramos más interesantes del Enguri y un par de afluentes más. El río, aun con caudal bajo, cuenta con un caudal medio que lo intuyo de unos 50m3/s para arriba, y tiene secciones de todo tipo, desde relativamente relajados tramos de cuarto, hasta impactantes tramos de clase cinco llenos de sifones. El terreno es muy inestable y son comunes los desprendimientos de tierra, que cada año pone nuevas rocas en el cauce y crea nuevos tramos caóticos que después el río, con tiempo, se encarga de poner en orden.
A los tres días vimos que las temperaturas empezaban a subir en el sur, y con mucha pena para mí, nos alejamos de aquel mágico lugar. Yo me hubiera quedado allí lo que me quedaba de viaje, ese lugar me ha cautivado, y el río es de esos de los que no se encuentran por los Pirineos. Pero los rusos estaban cansados del frío, ya han tenido suficiente frío en invierno en casa, y era normal que prefirieran bajar: los campamentos a orillas del mar Negro llaman demasiado. Como es normal, no opuse resistencia. Ellos mandan, y además cuando se trata de remar, saben lo que hacen.
Pasamos así unos últimos días totalmente primaverales de vuelta en Adjaria. Sol, 20ºC y ríos desbordados. Hubo un río en especial, el Chirukhiskali, que nos atrapó por la calidad y la continuidad de sus rápidos y la velocidad de la corriente que nos hacía remar a unos 15km/h de velocidad media. Un tramo de diez kilómetros en el que pasamos tres días dándole un pegue tras otro.
Hemos ido alternando los campamentos a orillas del Mar Negro con otros a la orilla de los ríos que hemos remado, y de vez en cuando nos hemos servido de la hospitalidad local para poder dormir en colchón. Esto es algo que me tiene alucinado. La gente local no está muy acostumbrada a cruzarse con extranjeros, y menos aún con gente que se tira por los ríos con kayaks, por lo que siempre que tenían opción se acercaban a nosotros para intentar entablar conversación y “kuxkuxear” un poco. Esto hubiera resultado complicado sin la presencia de los rusos, ya que el inglés en las zonas rurales es tan útil como el euskera para comunicarse. Los rusos, conocedores de este carácter hospitalario de los georgianos se dejaban querer, a sabiendas de que si les caíamos bien era probable que termináramos siendo invitados a sus casas, a tomar vino primero, cenar algo después y terminar siendo invitados a dormir allí. Además mi presencia en el grupo terminó siendo de gran ayuda para esta tarea, no por mi atractivo ni por mi verborrea, que bien podía haber sido, sino por el simple y curioso hecho de ser vasco. Según pude entender, cosa que tendré que comprobar a mi regreso, en Georgia cuentan que a esta zona se le llamaba Iberia, tierra cuyos dominios llegaron a extenderse hasta la península Ibérica, por lo que le otorgaron el nombre de península ibérica. Después la península sufrió una invasión árabe, que -cómo no- no pudo hacerse con el dominio del País Vasco, por lo que las raíces Georgianas perduraron en el tiempo. Eso es lo que más o menos pude llegar a entender a uno de nuestros anfitriones, tras haberse tomado, él solo, unos 5 vasos de vino y media botella de vodka a palo seco. Yo había ingerido un cuarto que él, pero probablemente fuera más perjudicado. Intentamos comunicarnos en irrintzis, pero al parecer eso no nos viene de los íberos…
Y sin mucho más, aquí me encuentro, a punto de regresar a casa, agotado físicamente pero rebosando energía, aun intentando asimilar las intensas tres semanas viajando por las venas de la sexy Georgia.
Echando la vista atrás me doy cuenta de que he disfrutado, mucho del kayak, pero más aún de viajar acompañado de un gran grupo, con esa sensación de llegar sin nada e irte con mucho, como si este lugar y esta gente me hubiera dado más de lo que merecía, sin duda, mucho más de lo que esperaba.
Y eso que entre tanto disfrute hemos vivido situaciones duras y muy intensas: Un ruso nadó en un feo rulo de un cañón, se le rompió el traje seco y se le llenó de agua, haciéndosele imposible nadar y dificultando el rescate; otro se quedó enganchado en un tronco pudiendo a duras penas escapar del kayak y costándonos casi un día entero sacar el kayak de ahí, recuperándolo al final destrozado. Pero el peor de los episodios lo vivimos fuera del agua, en el que presenciamos un choque frontal entre dos coches, saliendo los pasajeros muy mal parados, agravado, en gran parte, por el no uso del cinturón de seguridad, en el que sacamos a un niño en una muy mala situación en la que poco pudimos hacer para ayudarle. Es una situación de esas que hacen que te replantees todo, que deja tocado al grupo, y de los que te hacen sentirte hasta mal que después de vivir una situación tan dura, sigas con tu vida y tu viaje como si nada de aquello hubiera pasado. Pero por duro que sea, poco más que eso se puede hacer.
Y ahora todo esto pertenece ya al pasado. El viaje que desde hace unos meses esperaba ansioso queda atrás, fugaz pero intenso, y ahora ya son otros planes los que alimentan la mente.
Pero no tengo tiempo ni para coger aire. Mañana llego a Bilbo y de allí salgo pitando al Pirineo, ya que al día siguiente tenemos la Pyrenees Buddies Race, la primera prueba de la Copa de Europa de Kayak Extremos 2017. Con todo este ajetreo, costará ponerse en modo competición, además, al contrario de lo que yo pensaba el Pirineo debe de estar seco aún, así que tocará adaptarse a rascar roca. Pero ese es nuestro terreno, y a lo de casa siempre es más fácil adaptarse.
Tengo de nuevo esa sensación, llega la primavera y parece que el tiempo coge otro ritmo, pasa cada año, el agua fluye por los ríos como si fuera un reloj de arena, viendo desvanecerse la nieve en las cumbres, sabiendo que más pronto que tarde el verano vendrá para secarlo todo otra vez.