Wanda Rutkiewicz, una alpinista adelantada a su tiempo
El pasado día 13 de mayo se cumplieron 30 años de la desaparición de una alpinista que marcó un antes y un después en el mundo del alpinismo en general, y del femenino en particular. Se llamaba Wanda Rutkiewicz y destacó entre una generación de legendarios escaladores polacos porque, en su caso, además de bregar con líneas y condiciones extremas en las mayores montañas de la Tierra, también luchó contra los cánones que la sociedad le imponía.
Polonia era un país pobre y gris al otro lado del telón de acero en los años 70, pero supliendo sus carencias materiales con ingenio, valor y contrabando —mucho contrabando—, los polacos crearon una nueva forma de hacer alpinismo; una construida a partes iguales sobre imaginación y tenacidad. El nuevo alpinismo polaco buscaba líneas nuevas en las grandes montañas y se ponía como meta escalarlas en las peores condiciones imaginables; es decir, en invierno. Probaron esta idea primero en sus Tatras locales y la perfeccionaron en los Alpes y el Indu Kush durante los años 70. Después, en la década siguiente, sorprendieron al mundo poniéndola en práctica en el Himalaya, donde firmaron una serie de ascensiones impensables para la época. Diez de las catorce primeras a un invernal fueron escaladas por polacos en los años ochenta. De esta generación de escaladores prodigiosos salieron nombres ya míticos como Kukuczka, Kurtyka, Wielicki y, por supuesto, Rutkiewicz.
El historial alpinísitco de Rutkiewicz es de sobra conocido y le ha valido ser considerada la mejor alpinista de la historia. Lucen en él ocho ochomiles, con una destacable primera ascensión femenina mundial al K2, y la tercera femenina y primera europea al Everest. Hay también otras joyas menos conocidas en su currículo, como la primera ascensión al Gasherbrum III, un sietemil considerado en su época como la montaña virgen más difícil de escalar. Sin embargo, sus logros deportivos esconden una historia más interesante; la de una mujer fuera de lo corriente en todos los aspectos de su vida.
Una jovencísima Wanda Rutkiewicz encordada con mono y casco de obrero en la precaria Polonia de los 60
Wanda Rutkiewicz tenía un fortísimo carácter que le llevó a pasarse la vida revelándose contra las normas que la sociedad dictaba para ella por ser mujer. La anécdota de su descubrimiento del mundo de la escalada es prueba de que su carácter independiente no se forjó en las montañas, sino que ya “lo traía de casa”. Ocurrió en 1961, cuando la moto que conducía se quedó sin gasolina y otros dos motociclistas pararon para echarle una mano. Uno de ellos era Bogdan Jankowsky, que luego se convertiría en el gran fotógrafo de aquella generación de alpinistas. Ambos se sorprendieron al ver que la moto que conducía Rutkiewicz era una Junak; un monstruo de 170 kg que era, de lejos, la moto polaca más pesada de la época y, definitivamente, algo sobre lo que no se solía ver a una mujer.
Cabe aclarar, eso sí, que la dureza de carácter y las personalidades independientes no eran raras en aquel país y aquella época. Sebastián Álvaro, que tuvo la oportunidad de conocer a Rutkiewicz y compartir unos días con ella comenta que “Aquella generación de polacos se crió en una época muy dura. Necesitaban demostrar su orgullo de pertenencia después de las invasiones alemanas y rusas de su país y aquella fortaleza de carácter y capacidad de enfrentar la adversidad son, creo yo, la característica principal que les hizo destacar y abrirse un hueco en el mundo del alpinismo. Sin embargo, y a pesar de que tenía fama de tener un caracter áspero, yo percibí en Wanda un alma amable y, sí, quizás torturada; una mujer frágil y dura al tiempo”.
En cualquier caso, fue su carácter lo que le permitió abrirse camino en un mundo de escaladores alfa hasta ser considerada una de las figuras más notables de aquella generación por derecho propio. “Sin duda fueron su capacidad de sacrificio (en una expedición llegaría caminando con muletas al campo base del K2) y el atrevimiento los que la hicieron progresar en un mundo mayoritariamente masculino y, además, lograr su respeto y admiración”, comenta Sebastián Álvaro.
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Pero además, su compromiso no fue solo con su propia carrera. Ella se empeñó en que su camino pudieran seguirlo otras escaladoras y alpinistas. Para Rutkiewicz, la idea de las expediciones mixtas (que para muchos era un avance), suponía en realidad un menosprecio, porque siempre se daba por hecho que el trabajo pesado lo habían llevado a cabo los hombres y, en cualquier caso, los logros de ellos siempre relucían más que los de ellas al final de la expedición. Ella consideraba que solo formando cordadas exclusivamente femeninas las mujeres podrían demostrar que eran capaces de llevar a cabo las mismas hazañas que los hombres.
Así fue como puso en marcha varias expediciones exclusivamente femeninas, pese al escepticismo y la burla iniciales de muchos de sus colegas; expediciones que lograron las primeras cumbres exclusivamente femeninas al GI, GIII y Nanga Parbat entre otras. “Tuvo una influencia muy grande en todos los sentidos —aclara Álvaro—. Desde luego en las chicas que pudieron comprobar que el alpinismo de alto nivel no estaba sólo al alcance de los varones sino de todas las mujeres dispuestas a arriesgarse y a pagar lo que supone internarse en el reino de la altitud en las montañas del Karakórum y el Himalaya. Pero creo que también influyó en el alpinismo en general. Demostrando que se podía innovar y estar a la altura de sus compañeros varones, con ideas propias y llevando la iniciativa. Creo que todo ello le costó caro, pero su ejemplo ha servido a todas las chicas que siguieron después”.
En 1992 Rutkiewicz contaba ya 49 años. Para entonces muchos de los legendarios polacos que habían sorprendido al mundo con sus ascensiones en el Himalaya habían dejado sus vidas en la montaña. Wanda se propuso entonces ser la primera mujer en escalar los catorce ochomiles, como ya había hecho su compatriota Kukuczka y estaba tratando de hacer su amigo Wielicki. Ya fuera porque aquellos polacos siempre tenían que subir la apuesta, o porque sentía que sus fuerzas menguaban con la edad, quiso completar los seis que le quedaban en un solo año; una auténtica barbaridad.
Un mural la recuerda hoy en día en Wrocław, ciudad polaca de adopción de Wanda.
Sin embargo, desapareció durante el intento de ascensión al primero de los ochomiles que le quedaban, el Kangchenjunga. El mexicano Carlos Carsolio descendía de la cima agotado cuando se la encontró subiendo, muy despacio, sobre los 8.300 metros. Intentó razonar con ella, convencerla de que era demasiado tarde para hacer cima, de que debía bajar con él… Pero Wanda era Wanda y Carsolio no tenía fuerzas siquiera para discutir. Al final, él se tambaleó hasta el primer campamento que encontró y ella decidió vivaquear allí mismo, sin saco, sin combustible, sin agua, a 8.300 metros… Nadie volvió a verla. Se cumplió así la profecía que ella misma había hecho sobre su final. “Moriré en la montaña, no en la cama”, dijo en cierta ocasión.
Su carácter no dejaba indiferente a nadie. En su día fue considerada una alpinista brillante, pero también una mujer testaruda. Hoy en día, su tozudez sería considerada compromiso para con una causa superior a la del alpinismo.