Las 10 mejores experiencias para viajar en bicicleta por el mundo
Nuestro friend Javier Bicicleting lleva años recorriendo el mundo en bicicleta. Un viaje que le ha llevado a ver y disfrutar de increíbles rincones de este planeta, siempre en contacto permanente con la naturaleza. Un recorrido que ha acabado en Colombia, donde Javier ha empezado su nueva aventura: ¡crear una familia! En tiempos de Coronavirus, donde desplazarse (en bici y de cualquier otra manera) es prácticamente imposible, le hemos pedido a Javier que haga un repaso por todos esos años viajando y que nos recomiende sus 10 experiencias favoritas por el mundo. Así, por un tiempo, ¡podemos viajar con la imaginación!
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Un artículo de Javier Bicicleting, aventurero y friend de Ternua.
En estos últimos nueve años pedaleando alrededor del mundo a lomos de mi bicicleta he disfrutado de momentos y experiencias extraordinarias. Entre todas ellas me es casi imposible de manera justa hacer una selección de mis momentos favoritos, pero aún así, lo voy a intentar.
10. Subiendo a la cumbre del volcán Bromo
En el tiempo y en la distancia me parece tan remoto que lo siento como si lo hubiera vivido en otra vida, pero a pesar de ello lo recuerdo como si fuera ayer, que en mi primera semana de viaje tuve que empujar la bicicleta durante casi dos días hasta la cumbre de un volcán. Cuando por fin llegué a la parte más alta, quedé maravillado viendo el volcán Bromo.
9. Pedaleando en libertad por la selva de África Central
En el año 2014, después de estar atrapado en Nigeria más de cinco semanas debido a la cuarentena provocada por el virus ébola, volví a sentir la libertad pedaleando por los caminos que atravesaban la selva de África Central, donde en un par de ocasiones me encontré de frente con unos gorilas de lomo plateado.
8. Viajar en bicicleta por el solitario desierto de Namibia
Mucha gente me pregunta si no me siento solo o si no percibo la soledad. Mi respuesta siempre ha sido que allí donde nunca la percibo es donde menos gente hay. Cruzar Namibia fue una vivencia que me hizo sentir parte del desierto más antiguo de nuestro planeta como si yo fuese un grano de arena. Recordarlo hace que se me ericen los vellos de mis brazos. Rodar por este paisaje inmenso tan solitario e inhóspito hizo que me sintiera más pleno que nunca.
7. El Himalaya y acariciar el cielo
Pasé más de dos meses pedaleando por la meseta tibetana por caminos que parecían acariciar el cielo rondando los 5.000 m (s.n.m). Llevaba poco tiempo de viaje y mi material era de lo más precario. Acampé a 5.200 m (s.n.m), era el último gran paso antes de cruzar el Himalaya hacia Nepal, mientras dormía una tormenta de nieve destrozó mi tienda. Por suerte era la última noche en altura antes descender hacia el clima más cálido y húmedo de los valles nepalíes. Cruzando el Himalaya de norte a sur y coronado el último puerto, comencé el descenso de unos 70 Km que me llevarían desde los 5.200 m de altitud hasta los 600 m, cambiando los copos de nieve que azotaban mi cara por gotas de cálida lluvia.
6. Navegar en el Atlántico Sur en invierno, viviendo al ritmo del sol
Cuando empecé esta vuelta al mundo el único tramo que me generaba dudas era el océano que separa África de América. ¿Cómo lo cruzaría? Una vez llegué a Sudáfrica tardé cuatro meses en encontrar un velero que me aceptara de tripulante. La temporada no era la idónea, ya que en invierno los vientos alisios no tocan el continente y hay que salir a buscarlos en alta mar. Salimos mar adentro en busca de los afamados vientos alisios que esperábamos encontrar a 300 millas, frente a las costas de Namibia, y que desde allí, supuestamente, nos empujarían en la dirección que queríamos: hacia el noroeste. Navegar en el Atlántico Sur en invierno, con el viento soplando desde proa, y olas de 8 metros no fue nada fácil. Pero a pesar de ello la travesía fue espectacular, viviendo al ritmo del sol, sintiendo el movimiento de las estrellas, escuchando el romper de las olas contra el casco del velero en la oscuridad, nadar entre delfines en mitad del océano y después de 5 semanas divisar la línea de costa brasileña a lo lejos es un momento que jamás podré olvidar.
5. Las vistas a al Everest, Cho Oyu, Lhotse y otros tantos ocho miles
Mientras pedaleaba por el Tíbet ansiaba acercarme lo máximo posible a esas cimas nevadas que estaban enfrente y que parecían acariciar el cielo. En la ruta que conecta Lhasa con Nepal se deja al sur la cordillera del Himalaya, con sus muchos “ocho miles”. No quería marcharme sin ver esas cumbres lo más cerca de mí, pero el ejército chino tenía y sigue teniendo restringido el acceso. Pasé uno de sus controles militares a las 3 de la mañana cuando los soldados aun dormían, para pedalear y empujar de la bici bajo un cielo gélido a más de 5.000 metros de altitud. La recompensa llegó al amanecer cuando conseguí descubrir el balcón de los Himalayas y tener ante mí el Everest, Cho Oyu, Lhotse y otros tantos ocho miles. Es seguramente de las vistas más bonitas e impresionantes que jamás he visto.
4. Patagonia en invierno, toda entera para mi
Para hacer el viaje más ameno siempre intento buscar los caminos más arduos en las épocas más dificultosas. Y así fue como decidí cruzar la Patagonia en los meses invernales. Fueron dos meses de soledad, de mucho viento, de mucho frío, pero gracias a esas dificultades tuve la Patagonia entera para mí. Cuando llegué a Ushuaia mi “misión” fue recompensada con una invitación para alojarme durante tres noches en una habitación con unas vistas espléndidas en uno de los mejores hoteles del mundo. Recuerdo lavar toda mi ropa en el jacuzzi de la habitación. Más duro es el camino más dulce su destino.
3. El lago Malawi: mi lugar favorito de este planeta
Cruzar la República Democrática del Congo de oeste a este fue una experiencia increíble, pero físicamente agotadora y que me dejó exhausto. Allí sufrí la malaria y luego el tifus. Mi cuerpo estaba agotado y sobre la bicicleta no encontraba una oportunidad para recuperarme. Necesitaba encontrar un buen lugar donde descansar y como meta me había puesto llegar al lago Malawi. Y así fue que llegué y encontré mi lugar favorito de este planeta.
2. La emocionante cordillera de los Andes
Pensaba que después de cruzar el Himalaya nada volvería a impresionarme de esa manera, pero estaba equivocado. Al llegar a Sudamérica me encontré con la cordillera de los Andes, la cual pude disfrutar por miles de kilómetros, y una vez más volví a emocionarme con esos paisajes de alta montaña. La falta de oxigeno, días enteros para subir puertos de montaña y acampar en ellos…
1. Bolivia: uno de los mejores países para viajar en bicicleta
Bolivia es posiblemente uno de los mejores países para viajar en bicicleta. Sus paisajes son grandiosos. El altiplano de Bolivia se encuentra a 4. 000 m de altitud, y uno puede pasar días sin encontrarse a nadie. En el horizonte veía unas montañas sobresalir a lo lejos, y a medida que avanzaba se hacían enormes. Una de esas montañas era el Parincota con sus 6.380 m. Yo nunca había subido tan alto ni me había puesto crampones. Pero tuve la necesidad de dejar mi bicicleta, conseguir material para escalar sobre hielo para subir y alcanzar esa cumbre para ver desde allí los caminos por los que había pedaleado. Fueron dos días enteros caminando, uno de ellos sobre hielo, y en más de una ocasión me vi incapaz de llegar a la cima. Hacía mucho frío, el viento era fuerte y constante, y la falta de oxigeno hacía que cada paso que daba fuera una martirio. Nunca había sufrido tanto físicamente ni me había sentido tan vulnerable. Pero cuando llegué a la cumbre, miré a mí alrededor, y sin tener nada por encima de mí, me derrumbé sobre el hielo. El esfuerzo agotador y todas las emociones acumuladas hicieron que rompiese a llorar. La montaña me volvió diminuto y al poner mi vida a su disposición, más que nunca me hizo comprender que la vida es tan efímera como aquel momento.