En esta crónica del periodista y aventurero Juan Manuel Sotillos nos adentramos en la selva de Papúa para ir en busca de una tribu absolutamente anclada en el tiempo: los korowai, cuya particularidad es que viven en las copas de los árboles. El periodista nos relata cómo fue la experiencia de convivir con ellos.

Un artículo escrito por Juan Manuel Sotillos

En busca de los korowai en Papúa

En esta ocasión fuimos a Papúa para buscar en la más remota y espesa selva a los korowai. Queríamos convivir con ellos para intentar acercarnos a su cultura, costumbres y ancestral forma de vida, una tribu que se caracteriza porque sigue durmiendo todavía en sus casas construidas en las copas de los árboles, lo que les hace ser unos auténticos arquitectos de la selva.

Una travesía de cinco horas por el río nos lleva en canoa de motor a la aldea de Mabul, el último vestigio de ¿civilización?, antes de adentrarnos en la selva. Suerte que estábamos a cobijo en casa de una familia donde un diluvió, porque allí no llueve, diluvia, nos sorprendió a la noche anegando la aldea, llena de barro y que sirvió de preludio al comienzo de la internada en la selva al día siguiente para seis cortos y largos días.

río selva Papúa

Tras una marcha de unas cuatro horas llegamos al primer asentamiento de korowais. Poco antes de llegar ya vemos la primera casa-arbol. Nos hace especial ilusión ese momento. Era lo que habíamos venido a buscar, a ver. Itum se encargó de hablar con Marcus, amo y señor de aquél entorno, para decirle que nos acogiera en su territorio, y quien acababa de regresar de cazar en la selva con tu trofeo más preciado del día, un hermoso jabalí salvaje.

Ahí empezamos ya a convivir con sus costumbres. Primero descuartiza el animal, muerto de un flechazo -no de amor, sino de un artesanal arco y una estupenda puntería de Marcus-, al río para lavarlo. Mientras tanto se está preparando el “horno” para su coción. Primero calienta en un gran fuego un montón de piedras y con unas hojas de palma tapa las carnes para poner encima esas piedras que irán asando el jabalí. Luego, a comerlo compartiendo con su núcleo familiar y los porteadores que llevábamos, cuatro mujeres, una de ellas con su bebé, y cuatro hombres, además del guía Itum. A nosotros nos tocó pedir algo porque si no, no nos daban… ¡curioso!

A golpe de machete y hacha

A lo largo de los días nos íbamos moviendo por la húmeda y espesa selva donde a golpe de machete el guía y porteadores iban abriendo el camino. La tónica general era meternos en el agua hasta la rodilla y a veces hasta la espalda y pasar infinidad de ríos por encima de los troncos. A veces, si no hay troncos, nosotros mismos nos construíamos el puente. Basta con tirar de hacha como hicieron nuestros porteadores, se corta el árbol que cae sobre el río y éste será el improvisado puente. Se agradecía la llegada al siguiente asentamiento korowai para intentar, sin conseguirlo, secar la ropa que nos pondríamos al día siguiente, una vez más, húmeda.

Fuimos con los korowai a ver cómo obtienen el sagu de las palmeras. Se va en familia. El hombre de la casa, las mujeres con sus bebés a la espalda y si hay algún niño de corta edad también. El hombre elige una gran palmera. Le va dando tajos con el hacha hasta que cae. Después a modo de aizkolari la “pela” con  su hacha hasta dejar visible el tronco quitándole la corteza y es cuando las mujeres entran en acción con sus artesanales herramientas, una especie de hacha hecha a mano, y sin dejar sus bebes en el suelo, empiezan  a deshilachar el tronco hasta astillarlo del todo.

Esas astillas las cogen en unas grandes hojas de la misma palmera, y en un artilugio que lo construyen igualmente a mano junto al río las van posando para con el agua del río, con las manos ir exprimiéndolas cayendo el líquido a otra gran hoja de palmera donde dejándolo posar queda una estupenda masa que es el sagu. Para los korowai es un alimento esencial, es como el pan nuestro de cada día. Hacen una gran bola con ello, la ponen en el fuego directamente y se comen la capa que ha quedado abrasada con el fuego. Luego vuelven a poner esa masa y vuelven a comérsela, y así sucesivamente hasta que se acaba la bola. Genial e ingenioso… Eso sí comimos…

Verdaderos arquitectos

Algo menos de tres mil personas es el número de korowais censados en 2010. Esta tribu vive totalmente aislada en la profundidad de la selva del sureste de Papúa (Indonesia). Para alejarse de los malos espíritus, protegerse de insectos y otras alimañas, además de alejarse de la terrible humedad del suelo de la selva, los korowai desde tiempos ancestrales viven en casas que se construyen en la copa de los árboles, siendo ésta su principal característica como seres humanos. Esta habilidad les hace ser unos verdaderos arquitectos.

casa árbol korowai Papúa

Primero eligen la zona dónde construirán su pequeño asentamiento en un claro que ofrece la selva. Seleccionan el árbol, con otros troncos que obtienen de otros árboles, apuntalan el principal e incluso le ponen otros más a modo de columnas. Ponen la plataforma, hacen las paredes y el techo, todo ellos con hojas de palmera. Arriba incluso hace un tabique que separa el habitáculo de los hombres y las mujeres. 

Allí ponen sus pocos enseres que tienen, hacen sus sitios para encender el fuego dentro de la casa y duermen. Porque alrededor de este árbol, en el mismo asentamiento, se construyen igualmente sus casas en el suelo, si bien las hacen sin tocar nunca la superficie para aislarse de la humedad. Y además dentro de estas casas hacen a veces diferentes alturas. En estas casas es donde hacen prácticamente la vida de día. Lo que pescan y cazan lo descuartizan y cocinan abajo. A veces se lo llevan arriba para comer y después ya dormirse, o lo comen abajo y se van para arriba a descansar.

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