De todos los impulsos que tiene un ser humano en su infancia, tal vez el de subirse “a donde no debe” sea uno de los más fuertes; y de entre todos los elementos que se muestran sugestivos a los ojos de un niño o una niña, pocos hay como los árboles. El impulso de treparlos responde, en realidad, a un mecanismo relacionado con el desarrollo de la propiocepción, que es la capacidad de nuestro cerebro de conocer en todo momento la posición de todas las partes del cuerpo en relación con el entorno. Es por eso que los niños se han encaramado a los árboles, allá donde los ha habido, desde que el mundo es mundo.

 

Pero el placer que suscita trepar a un árbol es más difícil de explicar que su utilidad en cierto momento de la vida, porque aquel no desaparece cuando las habilidades motoras se han desarrollado completamente, cuando se desvanece el beneficio de hacerlo, cuando, en definitiva, escalar un árbol pasa de ser algo aceptable a ser pura excentricidad.

 

Los primeros alpinistas lo tuvieron más fácil. Aunque escalar montañas es, desde un punto de vista utilitarista, tan absurdo como encaramarse a un árbol, no deja de ser más sencillo revestir el alpinismo de un aura épica, de lucha contra la naturaleza, de sacrificio y victoria. No es casualidad que el alpinismo naciera durante el romanticismo. Por otra parte, aquello de andar por ahí explorando y plantando banderas ha sido siempre algo muy bien visto; de ahí que aún perviva en la literatura de montaña tanta terminología rancia: ataque, conquista, victoria… Pero, ¿subirse a un árbol? Uno no puede ponerse épico subiéndose a un roble. Si Mallory, con su “porque está ahí” sentenció las discusiones que aún pervivían a comienzos del siglo XX sobre la utilidad del alpinismo, esa misma respuesta, aplicada a la escalada de un árbol, hubiera resultado ridícula.

 

Por suerte para todos los niños grandes, toda pulsión acaba teniendo su Mallory impermeable al qué dirán, un hombre o una mujer que, como decía Voltaire, decide hacer lo que le gusta porque es bueno para la salud. Y ese hombre, en lo que respecta a trepar árboles, se llama Peter “Treeman” Jenkins.

 

Aburrimiento, apuestas y (casi seguro) alcohol

 

Para ser justos, Peter “Treeman” Jenkins no inventó nada. En los bosques de Estados Unidos y Canadá, hordas de trabajadores madereros llevaban décadas escalando árboles inmensos por motivos laborales. Su actividad dio lugar, poco a poco, a un conjunto de técnicas de trepa que, por si te lo estás preguntando, no se parecen en nada a las de escalada en roca (Esto que hizo Chris Sharma no es, técnicamente Tree climbing, aunque sí lo sea literalmente). Lo interesante es que, como suele suceder siempre que se hace convivir a varios hombres durante el tiempo suficiente, los piques y las apuestas no tardaron en aparecer, y pronto aquellos leñadores empezaron a subirse a los árboles, fuera de horario, para comprobar quién lo hacía más rápido, quién llegaba más alto, etc. Ese fue el comienzo real de la trepa de árboles “porque están ahí”, pero durante mucho tiempo todo el asunto quedó restringido al terreno del “agárrame el cubata” o de la exhibición organizada (hay un campeonato internacional desde 1976).

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Lo que sí hizo Peter “Treeman” Jenkins fue dotar a la actividad del aire de respetabilidad que da el hecho de que venga alguien y ponga orden; y nombre. Y lo hizo fundando la Tree Climbers International Inc. en 1983 y hablando abiertamente de tree climbing a quien quisiera escucharle. De repente, escalar árboles no era algo que se hiciera porque le faltara a uno un tornillo, sino que se hacía por afición. Y esa afición tenía nombre (uno no muy original, pero sí muy descriptivo).

 

Hoy en día, cuando descender barrancos, escalar plafones o correr por el monte atado a un perro son actividades totalmente normalizadas, que haya quien coleccione escaladas de árboles no resulta tan llamativo, pero a comienzos de los 80 lo era. Gracias a Peter Jenkins el Tree climbing es hoy una afición como otra cualquiera. De hecho, es una afición con bastantes seguidores en lugares tan diversos como Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, China, Europa… En España, en cambio, está todo por hacer.

 

 

¿Cómo se escala un árbol?

 

La técnica de trepa ha variado sustancialmente desde aquellas competiciones beodas en los campamentos madereros de América del Norte. El conservacionismo ha tenido su impacto en el Tree Climbing, como no podía ser de otra forma, y la trepa recreativa se ha depurado para excluir cualquier práctica que pueda dañar el árbol. Las espuelas están “prohibidas”, se utilizan salvarramas para proteger el árbol del roce de la cuerda (y viceversa) y de grabar algo en la corteza ni hablamos.

 material de tree climbing

 

En España solamente se puede aprender trepa en las escuelas profesionales de arboricultura y en algunas empresas de aventura, pero en internet se puede encontrar muchísima documentación, así como páginas de venta de material. En cuanto a la técnica, es más parecida a la de las vías ferratas que a la de la escalada en roca, en el sentido de que se progresa con dos cabos para estar siempre asegurado. Pero además incluye cosas mucho más técnicas como bloqueadores o poleas, y también otras muy específicas, como hondillas, líneas de lanzamiento o los citados salvarramas.

 

En cualquier caso, por más que se haya tecnificado la actividad, la experiencia no deja de ser parecida a la de trepar aquellos árboles que escalábamos en nuestra infancia. Simplemente porque estaban ahí.