Se cumplen 30 años de la liberación de The Nose por Lynn Hill
Hace treinta años, Lynn Hill, una escaladora americana conocida en el mundillo de las competiciones de escalada en California saltó de las páginas de las revistas especializadas a las de los libros de historia gracias a una hazaña inesperada: había “liberado” la vía de escalada por excelencia del valle de Yosemite, The Nose, en El Capitán.
Fue la primera persona en conseguirlo; una hazaña que muchos habían considerado imposible hasta entonces. Teniendo en cuenta que había crecido como escaladora en el célebre Campo 4 del valle de Yosemite, que ha sido definido (en la época) como una comunidad “homosocial dominada por los hombres”, el hecho de que la diminuta Hill se convirtiese en el primer ser humano en liberar la “vía de las vías” constituye, seguramente, una de las mayores rupturas de la brecha de género en la historia del deporte. Pero, por si no hubiera quedado claro, al año siguiente volvió a hacerlo “en el día” (técnicamente en 23 horas); algo que nadie sería capaz de repetir en los siguientes 11 años.
“The Nose”, el big-wall por excelencia
En el valle de Yosemite, meca de la escalada americana, hay dos formaciones que destacan por encima de las demás. Una es el Half Dome, una mole rocosa que se alza 1.440 metros sobre el fondo del valle y que da la impresión de ser una cúpula a la que le faltase una mitad. La otra es El Capitán, una pared de granito liso de casi 1.000 metros dividida en dos caras por un contrafuerte central conocido como The Nose.
A mediados de los años 50, con el valle ya convertido en un imán para los escaladores de toda California, ambas formaciones se consideraban inviables. Existían pequeñas vías periféricas aquí y allá, pero ninguna que las recorriese en su totalidad, desde la base hasta la cumbre. Half Dome y El Capitán parecían demasiado largos, demasiado verticales, demasiado difíciles para los medios de la época. Al menos, para los que los locales estaban dispuestos a emplear. En la década anterior, concretamente en 1947, John Salathe había usado buriles para escalar la Lost Arrow Spire, pero ese recurso se consideró enseguida un tabú en la zona porque alteraba la roca.
La “historia oficial” del valle nos habla de que en 1957 dominaban el lugar dos personalidades muy marcadas y antitéticas: por un lado estaba Royal Robbins, serio, elegante, meticuloso, racional; por el otro, Warren Harding, gamberro, juerguista, medio alcohólico y completamente loco. Y, como no podía ser de otra manera, Robbins y Hardin se tenían más bien poco aprecio. Robbins fue el primero en considerar que en la impresionante cara noroeste del Half Dome había una línea viable, y allá que se metió con algunos colegas que pasaron más miedo que otra cosa para firmar una vía asombrosa para la época. Harding, al ver aquello, se sintió agraviado y decidió que la única manera de devolvérsela a Robbins era meterse con un montón de buriles y otro montón de cervezas en el único otro lugar considerado imposible: El Capitán. Allí, en el contrafuerte que divide la pared en dos, firmó The Nose, una vía tan perfecta que incluso Robbins tuvo que reconocer su belleza (después de cogerse una buena pataleta por el uso intensivo de buriles que había hecho Harding).
The Nose se convirtió rápidamente en el big-wall por excelencia. Sus 31 largos y 900 metros lo tienen todo: placas, fisuras, techos, repisas… Seguramente, no hay ninguna otra vía con tantas secciones técnicas con nombre propio(Boot Flake, Pancake Flake, The Burner, Texas Flake....), y ninguna otra ha atraído a tantos escaladores de todo el mundo. La línea avanza buscando las debilidades de la pared (fisuras, lajas, chimeneas…) que permitan autoprotegerse o progresar con medios artificiales. Pero claro, las debilidades no están ahí alineadas, una detrás de otra, para que los escaladores las sigan alegremente, sino que hay transiciones entre ellas, placas lisas sin fisuras en las que Harding tiró de péndulos y buriles. Esas zonas son, principalmente, las que disuadieron a cualquiera que en algún momento pensó que The Nose se podía escalar en libre.
Hasta que llegó Lynn Hill.
Pero antes, conviene aclarar algunos conceptos para que quede claro el tamaño de su gesta.
¿Qué es “liberar” una vía?
La escalada, desprovista de todo artificio y reducida a su mínima expresión, consiste simplemente en trepar valiéndose de pies y manos. Pero dado el riesgo que ello implica, existen técnicas y dispositivos que, fijados a la pared, evitan la caída al vacío del escalador. En cuanto aparecieron dichos dispositivos (empotradores, clavos, etc.) surgió una cuestión que enseguida se volvió polémica. ¿Era lícito usarlos para progresar, además de para asegurarse? Es decir, ¿es legítimo pisar o agarrar un clavo para seguir ascendiendo? ¿Y hacerlo para poder emplazar otro seguro más arriba y usarlo a su vez como medio de progresión?
De esta diferencia surgieron dos estilos de escalada distintos. La escalada artificial aprovecha los seguros como medio de progresión sin reparo (ello permite dibujar líneas nuevas en las paredes); la escalada que ahora llamamos clásica prioriza la progresión “en libre” cuando el terreno y la destreza lo permiten, y recurre al artificial sólo cuando no queda otra.
Ambos estilos se fueron distinguiendo más y más con los años, pero ninguno de ellos demandaba que toda la vía se hubiera recorrido exclusivamente a base de manos y pies.
En los años 80 se empezaron a equipar vías cortas con seguros fijos en Francia y Alemania. Se buscaba así que el escalador pudiera desentenderse de la dificultad de emplazar los seguros y centrarse en la parte física y técnica de la escalada. Surgió así la escalada deportiva. El hecho de poder practicar pasos de extrema dificultad con total seguridad hizo que el nivel europeo se disparara en pocos años. Los escaladores de principios de los 90 volaban sobre pasos que los escaladores de los 60 ni hubieran soñado poder escalar con pies y manos (aunque los escaladores de los 90 no hubieran osado afrontarlos con los medios de los 60). Y así fue como, de repente, surgió el reto de “liberar” las vías clásicas; es decir, de escalar sin la ayuda de medios artificiales las vías de los padres y abuelos. Pero los lugares como Yosemite son cosa aparte. Yosemite es la meca del big wall. La palabra lo dice todo. En los 90, igual que en los 50, El Capitán o el Half Dome seguían siendo demasiado grandes, demasiado difíciles.
Lynn Hill escalando paredes y derribando barreras
Lynn Hill apareció por el célebre Campo 4 de Yosemite por primera vez cuando solo contaba 16 años. Por aquella época, el valle era el epicentro de la escalada en roca más puntera del mundo, aunque nadie lo hubiera dicho echando un ojo a aquel lugar. Eran días anteriores a los patrocinios deportivos y los mejores escaladores de Big Wall del mundo pasaban el verano malviviendo, comiendo sobras en los centros de recepción de turistas o recolectando latas vacías para poder ganar unos céntimos con los que aguantar unos días más en el valle (ambas son historias reales). El Campo 4 era también una sociedad enteramente dominada por hombres con egos muy abultados. En ese contexto, escaladoras como Lynn Hill, Beverly Johnson o Mari Gingeri lidiaban con la situación como mejor podían y acumulaban largo tras largo de escalada haciendo oídos sordos a muchas tonterías.
Luego, en los años 80, el mundo de la escalada dio un giro importante. El nivel técnico de los escaladores se disparó, como ya hemos dicho y, de repente, escalar no era cosa de hippies locos, sino que tenía tirón. Aparecieron los patrocinios, las mallas de colores y las competiciones de escalada deportiva. Gente como John Bachar salía en la tele haciendo dominadas en programas matutinos y, de repente, ya no era necesario pasar el verano con un presupuesto de 15 dólares al mes, sino que había dinero que ganar para los mejores.
Lynn Hill, que era una de los mejores independientemente del género, y la mejor, indiscutiblemente, dentro de la categoría femenina (oficialmente, desde que en 1979 liberó Ophir Broke, calificada como de dificultad 5.12C/7B+), abandonó el valle, igual que los demás, y desde mediados de los años 80 se dedicó a competir. Pero para antes de que finalizara la década ya estaba cansada del ambiente competitivo y de las acrobacias en plafones, que no consideraba escalada de verdad, así que se puso a buscar un reto nuevo. Un día John Long, ex compañero de aventuras y ex pareja, le dijo: "Oye Lynnie, deberías subir al valle e intentar liberar The Nose”. Y así, sin más, la idea cuajó en su mente.
La primera vez que lo intentó fue en 1989, cuando aún competía. Fue un intento con no demasiada premeditación para el que escogió como compañero a Simon Nadin, un escalador británico que había conocido en una competición y que nunca había escalado una gran pared. No llegaron muy lejos. Cuatro años después Hill dejó definitivamente la competición con treinta títulos internacionales a su espalda y volvió al valle con la intención de vérselas con The Nose.
El 13 de septiembre entró en la pared acompañada esta vez por otra escaladora, Brooke Sandahl, y lideró la cordada, largo tras largo, durante cuatro días. Sabía que estaba llevando a cabo algo grande y, siendo mujer, le parecía doblemente importante. No solo estaba escalando una pared, estaba derribando una barrera. A medida que se alejaba del suelo hundía más y más en la insignificancia todos los comentarios condescendientes, o directamente machistas, que tanto ella como sus compañeras, habían tenido que escuchar a lo largo de su carrera como escaladoras. Como cuando Jean-Baptiste Tribout le dijo que ninguna mujer podría escalar nunca la vía Masse Critique (8B+) y ella tuvo que cerrarle la boca encadenándola en menos pegues que él.
The Nose, que había sido recorrida cientos de veces desde su creación, no había visto nunca a nadie que lo hiciera en libre, incluyendo los largos de transición que apenas presentaban posibilidad de agarre. De uno de esos largos, conocido como Changing Corners, Hill diría luego que, más que graduar su dificultad solo podía decir que “un pegue así solo sale una vez en la vida, o dos, con suerte”. Pero el caso es que le salió, y cuando plantó sus pies en la cumbre de El Capitán, se había ganado el derecho a graduar la vía; es decir, a estimar su dificultad en libre. Y quien quisiera contradecirla ya tenía trabajo que hacer. Calificó The Nose de 5.13b según la escala Yosemite (8A en la escala francesa).
Convertida ya en la mejor escaladora de la historia, Hill volvió a El Capitán al año siguiente para escalar The Nose en libre y en el día (la escalada dura tradicionalmente de tres a cuatro). Nadie pudo repetir The Nose en libre hasta que, transcurridos 11 años, Tommy Caldwell completó la escalada de primero (el mismo año la había escalado turnándose de primero con Beth Roden). No es que no hubiera habido intentos previos al de Caldwell; los hubo, y muchos (también anteriores al de Hill).El caso es que, para escalar en libre The Nose no vale solo con ser una extraordinaria escaladora, hay que ser mentalmente indestructible. El dificilísimo largo Changing Corners (8B+), por ejemplo, es el número 27 de la vía, lo cual implica ejecutar movimientos de Boulder a, más o menos, 800 metros del suelo. Y eso, claro, cargando en los brazos con muchos otros largos difíciles, como el archiconocido The Great Roof (8B). Pero en eso, en fortaleza mental, Lynn Hill demostró estar muy por delante de los demás escaladores de su época. 30 años después de su gesta, menos de una decena de personas han podido escalar The Nose. De ellas, cuatro son mujeres.