Todos los años, con la llegada del buen tiempo llegan las grandes tormentas a las cordilleras principales de nuestro país. Es un fenómeno que coincide, por cierto, con las épocas de mayor afluencia de aficionados a la montaña. En el Pirineo, por ejemplo, los sectores central y oriental, los más visitados, se convierten en auténticos nidos de tormentas durante los meses de julio y agosto. Ocurre también, aunque quizá en menor medida, en la Cordillera Cantábrica, en el Sistema Ibérico o en Sierra Nevada.

Una gran tormenta con aparato eléctrico puede ser un fenómeno peligroso, aunque, por otra parte, es fácil identificar su proceso de formación si se conocen las señales y se está atento a su evolución. Así, generalmente se cuenta con tiempo suficiente para retirarse o tomar precauciones. Por eso, para poder identificarlas antes de que estallen, es importante conocer cómo se gesta una tormenta “de buen tiempo”, que son las más habituales en esta época del año. Es también fundamental planificar bien las actividades, lo que incluye consultar el parte meteorológico y haber estudiado el entorno en un mapa para conocer refugios, abrigos y rutas de escape.

Pero, dado que hay veces en las que la tormenta evoluciona demasiado deprisa (o nosotros lo hacemos demasiado despacio), es también importante saber qué hacer si la tormenta (de buen tiempo o de otro tipo) acaba atrapandonos.

Cómo identificar una tormenta en formación

Existen varios tipos de tormenta (convectivas, orográficas, frontales…), pero todas ellas tienen algo en común: nacen del encuentro entre masas de aire cálidas y húmedas con masas frías y secas. Como ya hemos dicho, en estos días cálidos de verano son muy habituales las llamadas “tormentas de buen tiempo”; un fenómeno local que se desarrolla y se desencadena en el mismo lugar. Es por eso que podemos preverlas (por otra parte, el riesgo de formación de estas tormentas también se consigna en los partes meteorológicos) 

El fenómeno funciona así: 

El sol incide sobre el suelo, calentándolo y evaporando la humedad que contiene, (que en montaña es mucha porque las noches son frías y la humedad se condensa depositándose en la superficie). Esa humedad, convertida en vapor, asciende por convección. Al hacerlo crea una baja presión que “fuerza” a las capas superiores de aire, frías y secas, a descender para ocupar ese espacio.

De esta forma se ha puesto en marcha una cinta transportadora vertical que intercambia el aire cálido y húmedo en contacto con la superficie terrestre con el aire seco y frío de las capas superiores. Y esa cinta, que al principio es muy pequeña, va a crecer y a acelerar hasta salirse de control. Pero antes de que eso ocurra podremos observar diversas señales de que el proceso está en curso. 

Primero aparecen pequeñas manchas blancas en un cielo que, a primera hora, quizá estaba completamente despejado. Esas pequeñas nubecillas las está alimentando la humedad contenida en la masa de aire caliente que va ascendiendo. Al ganar altura, ésta se interna en un entorno muy frío, que poco a poco va sometiéndola y termina por igualar su temperatura y condensar la humedad que contiene. Ahora, ese aire cálido y húmedo que ha “transportado” el agua hasta allá arriba se ha convertido en aire frío y seco, listo para iniciar el viaje de retorno al suelo. Y el proceso continúa.

Si nos sentásemos a mirar cómo evolucionan esas nubecillas veríamos que crecen rápidamente hasta adoptar una forma característica, como de coliflor. Si, además, pudiéramos observarlas en stop motion, las veríamos burbujear como si hirvieran. Esta es la señal más temprana que ofrece la formación de una tormenta de buen tiempo 

Al cabo de un tiempo ni siquiera es necesario mirar. Notaremos que el viento comienza a crecer en intensidad y a ser racheado. Esto ocurre porque la “cinta transportadora” está absorbiendo ya inmensas bocanadas, abriendo grandes vacíos que el aire se ve forzado a cerrar corriendo de un lado para otro. Es una definición poco técnica, tal vez, de cómo las altas presiones fluyen hacia las bajas presiones, pero es muy ilustrativa. 

Una cosa que no podemos sentir ni ver es lo que ocurre allá arriba, en esa ya enorme nube conocida como cumulonimbo, de panza oscura y cabeza aplastada contra la base de la estratosfera, que le es terreno vedado. Allí, el roce de las pequeñas gotas de agua y cristales de hielo moviéndose a gran velocidad está generando cargas eléctricas inmensas. Se está formando un arco voltaico de muchos kilómetros de longitud… y nosotros estamos en uno de sus extremos. A nuestro alrededor se están acumulando cargas positivas, igual que en lo alto del cumulonimbo, mientras que en su base, a mitad de camino, se acumulan cargas negativas.

La diferencia de potencial crece y crece hasta que el aire ya no puede ejercer de aislante y la situación se vuelve insostenible. Entonces todo se rompe. Curiosamente, el primer rayo no partirá de la nube, sino del suelo, o de alguna superficie en contacto con él. 

Y luego, el caos. Un caos ciertamente hermoso para quien lo observa desde la seguridad de un buen refugio o desde la distancia, pero aterrador para quien haya quedado al descubierto.

Qué hacer si te sorprende una tormenta

Como ya hemos dicho, si se está atento a las señales y se identifica la inminencia de una tormenta, un montañero o montañera prudentes abandonarán su objetivo, sea el que sea, y se pondrán a buscar refugio. Si tenemos la suerte de tener a nuestro alcance uno construido, nos refugiaremos en él y evitaremos las corrientes de aire cerrando puertas y ventanas. Pero si lo que encontramos es un abrigo natural debemos tener en cuenta que solo servirá de refugio si cuenta con suficiente espacio como para permitirnos permanecer alejados al menos un metro de cualquiera de sus paredes y, por supuesto, no se trata de una formación o un bloque aislado en un entorno despejado. Esa es, en realidad, la norma de oro: evitar los espacios expuestos como crestas, aristas, cimas, explanadas, árboles aislados, bloques y demás protuberancias del terreno. Es importante recordar que nuestra prioridad es resguardarnos de los rayos, más que de la lluvia; y, a menudo, lo que constituye un refugio para lo segundo, es un imán para lo primero. 

Evitaremos también la vecindad de las corrientes de agua, aunque en este caso el peligro son las crecidas. Hay que tener en cuenta que una nube de tormenta contiene una cantidad enorme de agua que va a caer en muy poco tiempo, por lo que las riadas son habituales. 

Otra norma fundamental es no correr. Al correr creamos una estela de aire ionizado que funciona como trazado potencial para un rayo. Sobre todo si llevamos la ropa mojada. Correr en una tormenta es una de las peores cosas que podemos hacer, por mucho que sea lo que nos pide el cuerpo. De hecho, una vez que la tormenta ha comenzado, y siempre que no estemos en un lugar expuesto, lo más recomendable es deshacerse de cualquier elemento que pueda atraer a los rayos (móviles y demás electrónica, elementos metálicos y o puntiagudos…) y quedarse quieto. Lo mejor es permanecer en cuclillas, que es la mejor posición para no sobresalir y, a la vez, tener una superficie de contacto con el suelo pequeña. Aunque, si contamos con una esterilla, podemos sentarnos encima; estaremos más cómodos y bien aislados.

A partir de ahí, ya solo necesitaremos que nos sonría la suerte. A veces, se puede saber que no nos ha sonreído con un poco de antelación. Si a nuestro alrededor algún elemento metálico comienza a emitir un zumbido, se generan chispas de electricidad estática y se nos eriza el vello, es que la caída de un rayo es inminente. En tal caso lo mejor es tenderse boca abajo rápidamente.