El verano se acerca a su inevitable final (al menos en nuestra latitud) y poco a poco nos van llegando noticias de las actividades que durante estos meses pasados han llevado a cabo nuestros friends alrededor del mundo. Esta ha sido una temporada muy difícil para nosotros debido a la pérdida de nuestro amigo Kazuya Hiraide y su compañero Kenro Nakajima [ENLACE]. Pero ha habido otras aventuras, menos arriesgadas quizá, pero más afortunadas. Hoy os traemos una de ellas. La que ha llevado a cabo Oriol Baró con algunos amigos en tierras de Canadá. Nos la cuenta él mismo en un relato corto que, como es habitual en él, dedica más líneas a hablar de los amigos y las sensaciones que de la escalada:

Canadá, un país a lo grande

Este año, la falta de motivación para buscar objetivos alpinísticos de alto compromiso y la disponibilidad para viajar de dos amigos roqueros normalmente ocupados, nos encaminó al Canadá.

Guillem hacía tiempo que tenía la “Lotus Flower Tower” en el punto de mira, pero la búsqueda de las grandes alturas himalaicas y las visitas anuales a los amigos de la Patagonia no nos dejaban encontrar el momento para viajar a las tierras del Yukón. Finalmente, este año, nos juntamos un grupo de cinco con los mismos intereses.

La llegada a Calgary, con un vuelo directo fue un lujo, alquilamos un coche y esa misma noche ya dormimos en las inmediaciones de Canmore. Esta pequeña ciudad en medio de las “Rokies” es junto con la cercana Banff, el lugar donde se han instalado gran parte de los escaladores y alpinistas del país. Allí nos encontramos con antiguos amigos de algunos de nosotros; risas cervezas e intercambio de información acerca de qué hacer en los próximos días. Después de comprar todo lo necesario para la vida del campista en una tienda de segunda mano, arrancamos en dirección a Squamish, donde parecía que el tiempo nos dejaría escalar los siguientes días.

La calidad de la escalada y la comodidad del campamento, han hecho de estas paredes cercanas a Vancouver, un lugar clásico de peregrinación para escaladores de todo el mundo. El buen ambiente en el “campground” y las fantásticas fisuras nos mantuvieron entretenidos mientras llovía en el Yukón.

Hacia tierras salvajes

Iniciamos el viaje hacia el norte en cuanto intuimos una posible ventana de buen tiempo acercándose al Circo de las Inescalables, en el que está enclavada la Lotus Flower Tower. Fueron tres días metidos dentro del coche durante los que vimos pasar todos los paisajes que nos ofrece este inmenso país —con gran predominio del bosque y la industria maderera. Al cuarto día desde que arrancamos en Squamish, pudimos embarcar en el anciano hidroavión. La empresa Kluane Airways, dispone de dos avionetas con patines para aterrizar en los lagos y una base en Finlayson Lake, a la que se llega en coche después de recorrer unos 220km desde Watson lake, el ultimo pueblo con gasolinera y supermercado. Este año tuvimos suerte y los 120 km de pista de tierra que hay para llegar al embarcadero estaban en perfecto estado. Si no hubiera sido así habríamos tenido que dar un rodeo de más de 500km por Withehorse, la capital de los territorios del Yukón.

En el vuelo, de algo más de una hora por encima de la tundra, nuestro piloto Warren nos llevó a Glacier Lake, en medio del Parque Nacional Nahanni, desde donde ya se pueden ver algunas de las imponentes paredes del circo. Al día siguiente nos cargamos los mochilones y, envueltos en una nube de mosquitos, caminamos algo más de cuatro horas hasta el fantástico Campo Base en “Fairy Meadows”.

Esa misma tarde ya disfrutamos de la calidad del granito, en unas vías deportivas cerca de las tiendas. A la noche un mensaje en el Inreach nos confirmó que las previsiones se cumplirían y los siguientes tres días el tiempo sería bastante estable.

Los primeros largos de la Lotus Flower, son un poco desagradables, pues tienen algo de vegetación y suelen estar mojados. Así pues, dedicamos un día a fijar cuerdas hasta la tercera reunión.

Despertarse a las dos de la madrugada y no necesitar ningún tipo de luz, es realmente extraño, era la primera vez que todos nosotros estábamos en latitudes tan altas y no nos terminamos de adaptar. La escalada se nos dio bien, las cuatro gotas que cayeron a tres largos de la cumbre, fueron el único motivo de tensión del día; por suerte el nubarrón pasó y un par de horas más tarde nos abrazamos felices en la cumbre, ¡sin preocuparnos por que se nos hiciese de noche en los rapeles!

El día de relax amaneció con una neblina que olía a humo, un gran incendio a unos cientos de kilómetros nos dejó envueltos en un ambiente un tanto extraño. A la tarde siguiente Warren nos llevaría de vuelta a Finlandson Lake, pues parecía que llegaban tres días de fuertes lluvias y no nos podíamos retrasar.

El vuelo fue increíble, despegamos con un sol radiante, sobrevolamos todo el circo de las Inescalables y, a mitad de camino, el frente del incendio por un lado y la tormenta por otro nos atraparon en medio de la nada. Para Warren, nada especial pasaba, y, efectivamente, veinte minutos más tarde estábamos mojados cargando los petates en el coche.

Canmore y los amigos

La vuelta hacia el sur nos la tomamos con calma, con celebración en Watson Lake, un poco de turismo por el camino, unos días en Jasper escalando y, finalmente, de vuelta en Canmore.

Este pueblo tiene muchas zonas de escalada cerca, deportiva y vías largas de caliza, con lo que nos mantuvimos entretenidos. Además de los amigos que viven allí, una familia del Chaltén, estaba instalada todo el mes.  Entre asados y días tranquilos de deportiva, aún encontramos unos días para ir a conocer los Bugaboos, un lugar no muy lejano de granito de alta montaña, en el que escalamos un par de días, antes del asado de despedida en casa de Manu y Paz, nuestros amigos del Chaltén.