Los tres Piolets de Oro de Kazuya Hiraide
En alpinismo, cuanto más sencilla es la idea, más compleja es la actividad. El caso de Kazuya Hiraide, que es friend de Ternua, es paradigmático. Él “solo” busca subirse a cumbres afiladas por vías completamente nuevas; líneas que dibuja en su cabeza observando fotografías de gran formato en su casa, en Japón. Después viaja hasta donde se levantan las paredes que decoran su habitación y entra en ellas con lo justo para recorrerlas, llegar arriba y bajar de alguna manera. Por el camino no deja nada, excepto un despliegue de destreza e imaginación que ha asombrado a la comunidad alpinística en varias ocasiones.
Probablemente no hay un alpinista más desconocido fuera del mundillo y, a la vez, más reconocido dentro de él que Kazuya Hiraide. Tanto es así que, de momento, ya ha recibido tres piolets de oro (2009, 2018 y 2020). Su estilo es tan sobrio que casi se podría calificar de estilo alpino minimalista.
Ternua, como orgulloso patrocinador de este pequeño gigante del alpinismo, ha organizado el Kazuya Hiraide European Tour 2022, que pretende dar a conocer a este fenómeno del alpinismo entre el público europeo. Si te interesa asistir como público, puedes comprar tus entradas aquí.
Entretanto, y a la espera de escucharlo de su propia voz, nosotros hoy repasamos las escaladas que le han valido a Kazuya Hiraide ser reconocido con el máximo galardón del mundo del alpinismo en tres ocasiones.
Kamet, la directa del samurái
El Kamet es, con sus 7.756 metros, la segunda montaña más alta íntegramente en territorio indio. Aunque fue escalada en una época tan temprana como 1931, (fue durante años la montaña más alta jamás coronada), en 2008, cuando Hiraide se fijó en ella, nadie había escalado aún su cara sureste. La razón hay que buscarla en la prohibición de acceso que durante décadas impuso el gobierno indio a los escaladores extranjeros. El mismo año en que se levantó esa prohibición, en 2005, un equipo americano corrió a intentar la pared, pero las malas condiciones meteorológicas no permitieron que los escaladores pusieran siquiera un pie en la ruta.
La sureste del Kamet apareció en la vida de Hiraide, como es habitual en él, en forma de fotografía. En ella intuyó una línea directa hacia la cima; una línea perfecta que nadie había escalado aún. Hiraide pensó que aquella directa era la excusa perfecta para volver a formar cordada con Kei Taniguchi.
Taniguchi era por aquel entonces la mejor escaladora japonesa. Su relación había comenzado en el Spantik, en 2004. Les fue tan bien en aquella montaña que decidieron alargar el viaje para apuntarse también el Laila Peak. Al año siguiente volvieron a encordarse para escalar el Muztag Ata y el Shivling, pero aquí, en el Shivling, las cosas se complicaron y ambos sufrieron congelaciones severas. Eso los separó durante tres años en los que ambos continuaron con sus proyectos por separado. Hasta que Hiraide se topó con la fotografía de la cara sureste del Kamet.
Se plantaron en la base de la montaña en el post monzón de 2008. No tenían demasiados medios. No podían permitirse, por ejemplo, pagar los servicios de una empresa especializada en pronósticos meteorológicos locales, así que, de vez en cuando, llamaban vía satélite a un amigo en Japón para que les cantara un pronóstico sacado de internet. Pronto descubrieron que la fiabilidad de aquellas predicciones era nula, de modo que, mientras aclimataban, se pusieron a observar el cielo buscando patrones. Y encontraron uno en el viento: el sureste mejoraba el día; el sur despejaba la montaña en su parte alta; todo lo demás era malo.
En los días previos a entrar en la pared, mientras aguardaban a que pasase la última tormenta, decidieron qué material llevarían consigo, algo clave cuando se escala en estilo alpino. Fue una gran apuesta: llevarían una sola esterilla cortada por la mitad, un saco de dormir corto para los dos, una tienda ligera, un set de material compuesto sobre todo por tornillos de hielo y dos cuerdas de 50 metros. Donde no escatimaron, fue en la comida, porque la falta de provisiones había sido en parte responsable del asunto del Shivling, algo que a Kazuya le había costado cuatro dedos de los pies. Calcularon que les llevaría cuatro días escalar la pared, así que cargaron con provisiones para cinco días, más algunas raciones de emergencia.
El día 26 de septiembre, finalmente, abandonaron el campo base. Pasaron dos días reconstruyendo los campos 1 y 2, que la tormenta había destrozado, y el 28 entraron en la pared. Los siguientes seis días avanzaron por la pared a un ritmo mucho más lento de lo esperado, debido en parte a la nieve acumulada y en parte al mal estado de la roca en algunos tramos. Todo salió bien, si por bien entendemos que alcanzaron la cima por la línea imaginada y volvieron vivos. Por lo demás, tuvieron frío todo el rato, llegaron a estar tan agotados que Taniguchi dijo que se moría allí mismo, e Hiraide se pasó un día preguntándose por qué escalaba; algo que los escaladores nunca se plantean en casa.
El 8 de octubre, 13 días después de haber abandonado el campo base, estaban de vuelta (con todos sus dedos). Llamaron a su vía Samurai Direct. La línea tiene 1.800 metros, una dificultad de WI5+ M5+ y supuso para ambos el Piolet de Oro. Taniguchi, de hecho, se convirtió en la primera mujer en ganarlo.
Shispare, obsesión y madurez
La larga historia de Hiraide con el Shispare reviste más interés que el relato de los seis días que duró su ascensión final. En 2002, años antes de ser un escalador conocido, Hiraide se presentó en el Karakorum con un mapa lleno de marcas y anotaciones. Aquellos apuntes no representaban posibles objetivos futuros, sino proyectos ya completados por otros. Lo que le interesaba a Hiraide eran los espacios en blanco entre todas aquellas marcas; las montañas y las paredes que nadie había intentado aún. Fue en uno de aquellos espacios en blanco, en la cordillera de Batura Muztagh, donde se encontró con el Shispare, una pirámide de 7.611 metros de altura en cuya vertiente noreste nadie había clavado aún sus piolets.
Hiraide cuenta que aquella sombría pared le fascinó nada más posar la vista en ella, pero que supo de inmediato que estaba contemplando un reto muy por encima de su destreza y su experiencia en aquel momento.
Le llevó cinco años de escalada de gran dificultad ganar la confianza en sí mismo para, finalmente, considerar que estaba a la altura del Shispare. Fue así que, en 2007, acompañado por Yuka Komatsu, se plantó en la base de su codiciada cara noreste para tratar de abrir una línea en el mismo centro de la pared. Escalaron hasta los 6.000 metros antes de que el mal estado de la nieve les obligara a retirarse. Hiraide reconocería más tarde que, aunque había mejorado mucho como escalador, aún no había alcanzado la plena madurez. Aquel fracaso lo dejó lleno de frustración; se repetía a sí mismo que no había montaña que no pudiera escalar si lo diera todo en ella.
La madurez llegaría en los años siguientes mediante la típica acumulación de fracasos entremezclados con golpes de realidad, como cuando, en 2010, en el Ama Dablam, dos tripulantes de un helicóptero que se dirigía a rescatarlos a él y a David Göttler murieron al estrellarse el aparato.
En esos cinco años de triunfos y de fracasos Hiraide nunca se había planteado volver a intentar alguno de los proyectos en los que no había tenido éxito. Sin embargo, sentía que el Shispare era diferente; “Intuía que esta montaña podía enseñarme aquello que me faltaba, no solo como alpinista, sino también como persona”. Así que volvió allí con Takuya Mitoro en 2012 para intentar, en esta ocasión, la cara sudoeste, que también permanecía virgen.
Y volvió a fracasar.
Solo que, esta vez, aceptó la derrota con humildad. Se había probado muchas veces como para comprender, ahora sí, que ciertas montañas seguirán estando siempre por encima de sus capacidades por mucho que él dé de sí mismo.
Aun así, el Shispare seguía cautivándolo, de modo que volvió al año siguiente con su compañera del Kamet, Kei Taniguchi. Juntos volvieron a intentar la cara suroeste, y nuevamente tuvieron que retirarse. “Tal vez esté bien que haya una montaña que no pueda escalar en mi vida”, pensó Hiraide. Y con ese pensamiento se dio por satisfecho y descartó futuros intentos en esta montaña.
Sin embargo, la muerte de Taniguchi en 2015 lo cambió todo. Aquella pérdida le hizo replantearse su motivación para escalar. Sintió que necesitaba un nuevo comienzo y pensó que tenía sentido buscarlo en el Shispare, donde, de alguna forma, había comenzado su obsesión por los picos del valle de Hunza (Kazuya se ha propuesto escalarlos todos).
Para su cuarto intento escogió a Kenro Nakajima. Esta vez volverían al plan original de la cara noreste. Se plantaron en el glaciar Patundas, al pie de la pared, en julio de 2017. Las condiciones eran “malas, como siempre”. De hecho, eran tan malas que otra expedición que compartía con ellos el campo base y que buscaba abrir una línea al Pasu Peak se marchó con más de un mes de antelación respecto a lo planeado.
Hiraide y Nakajima persistieron, haciendo gala de una gran paciencia y, finalmente, entraron en la pared el 18 de agosto. Durante toda la escalada tuvieron que soportar constantes duchas de nieve polvo y avalanchas a uno y otro lado que les ponían los nervios de punta. Pero pese a ello, ambos continuaron escalando porque, como dice Hiraide: “Había algo distinto esta vez”. El Shispare le había enseñado mucho —paciencia, humildad—, pero ahora lo estaba afrontando con una nueva mentalidad; humilde, sí, pero implacable también. “En el pasado, durante los momentos de miedo o de peligro, siempre había buscado una excusa y, una vez que la encontraba, me agarraba a ella para justificar la retirada. Esta vez, en cambio, cada vez que surgía una ocasión así, aunque solo hubiera un uno por ciento de posibilidades de éxito, seguíamos adelante”. Hiraide atribuye a la muerte de Taniguchi su cambio de mentalidad: “Mi compañera Kei había muerto sin culminar todos sus proyectos, mientras que yo seguía vivo. Y teniendo la ocasión, la motivación y la capacidad de culminar los míos, parecía como si retirarse no fuera justo”. De alguna forma, Nakajima entendió perfectamente la relación de Hiraide con el Shispare y siguió a su lado cuando todo les decía que se dieran la vuelta.
Ganar la cima les llevó cinco días. Allí, Hiraide dejó una fotografía de Kei Taniguchi. Luego descendieron por la arista este y el espolón norte. Llamaron a su vía Shukriya, que en urdu significa “Gracias”. El jurado de los Piolets de oro de 2018 consideró que aquella era una línea maestra de la escalada moderna a gran altura, escalada con un compromiso total en estilo alpino. Para Hiraide es mucho más: “Me pregunto si alguna vez encontraré otra montaña tan gratificante como el Sihspare”.
Rakaposhi, el plan B que vale un Piolet de Oro
El Rakaposhi, de 7.788 metros, no fue esa montaña gratificante. De hecho, ni siquiera estaba en la lista de Hiraide, aunque con su ascenso, tanto él como Nakajima volvieron a ganar un Piolet de Oro en 2020. Su objetivo inicial era la cumbre principal del Tirich Mir, pero el permiso se demoraba en llegar, así que, en lugar de dejar pasar la estación, hicieron un rápido cambio de planes. Se puede decir, por tanto, que ambos le deben un Piolet de Oro al laberinto burocrático pakistaní.
De las tres vías que han hecho merecedor a Hiraide de un Piolet de Oro, la del Rakaposhi es sin duda la menos técnica. Discurre en su mayor parte por rampas nevadas evitando los pasos más complicados de la pared. Sin embargo, el jurado del premio no dejó de observar que se trataba de una vía de más de 4.000 metros en una pared inexplorada y escalada en estilo alpino. Es decir, un buen ejemplo de alpinismo de exploración al estilo de la vieja escuela.
Todo transcurrió bastante rápido. Después de una rápida aclimatación que les sirvió para decidir la línea que planeaban subir, Hiraide y Nakajima abandonaron el campo base y entraron en la pared. Les llevó tres días de tediosa pelea con nieve profunda alcanzar la arista sureste. Un último paso de hielo, justo bajo la arista, les permitió salir de la pared y alcanzar aquel filo interminable que conducía a la cima. Para entonces, el buen tiempo se había aburrido de esperar y dejó paso a una nevada intensa que duró dos días; dos días en los que no pudieron hacer nada más que observar desde la tienda cómo la cresta que tenían que seguir se cargaba de nieve más y más. El 2 de julio, por fin, pudieron abandonar la tienda. Eran conscientes de que la tregua duraría poco, así que decidieron hacer un intento rápido hasta la cumbre y de vuelta a la tienda. Tuvieron suerte, culminaron la vía y volvieron a dormir, por tercera noche consecutiva, en su pequeña plataforma sobre la arista. Al día siguiente, mientras las condiciones volvían a empeorar, descendieron a toda velocidad siguiendo la misma vía y alcanzaron el campo base sin novedad.
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