Dos figuras avanzan encordadas por un extenso campo helado, combadas bajo el peso de sus mochilas. Piolets y crampones muerden el hielo de un corredor, de camino a alguna parte que no vemos y que resulta ser un collado. Entonces, al otro lado, surge una deslumbrante vertiente de hielo y roca que se precipita miles de metros hacia el glaciar de su base. 

—Mira esa pared virgen.

—Es asombrosa.

—Ah…Menuda montaña.

—Doy gracias por haberla encontrado. 

Las voces son las de Kazuya Hiraide y Kenro Nakajima; la montaña es el Tirich Mir y las imágenes son las del documental Rope, que pudimos ver en el pasado Mendi Film y que el propio Hiraide vino a presentar personalmente. La secuencia completa resume muy bien la filosofía de ambos escaladores. Muestra el momento en el que ven por primera vez la impresionante pared que pretenden escalar, para lo cual —solo para contemplarla en toda su extensión—, han tenido que encordarse y ponerse a explorar. Porque son pocas las personas que han visto alguna vez aquella vertiente escondida y no hay nadie que haya puesto aún sus crampones en ella. Son solo unos segundos que sintetizan una forma de ver el alpinismo en la que se dan la mano la exploración, el estilo, la aventura, el minimalismo y la dificultad técnica.

Han pasado dos semanas desde que supimos que nuestro amigo Kazuya y su compañero Kenro no volverían de su última aventura en el K2 (una montaña conocida, sí, pero que escogieron intentar por su vertiente más compleja y menos escalada). Semanas necesarias para asimilar la triste noticia de su fallecimiento y poder dejar algo escrito en su recuerdo. Algo que fuera honesto, meditado, alejado del ruido que inevitablemente rodea siempre a las malas noticias que llegan de las montañas y que rara vez acompaña a las buenas nuevas. 

Ahora que no están, los medios son unánimes: Hiraide y Nakajima eran dos de los mejores alpinistas de este siglo. En eso no se han equivocado. Ambos eran indiscutiblemente excepcionales. Y lo eran no sólo por sus logros deportivos, también, y sobre todo, por esa mentalidad suya. Si el alpinismo es, como lo definía Terray, una “conquista de lo inútil”, Hiraide y Nakajima sin duda supieron darle un enfoque inspirador, un impulso creador.

Ese impulso estaba en Hiraide desde el principio. En 2002, con apenas 23 años, se plantó en el Karakorum con un mapa de la zona en el que había marcado las rutas ya escaladas por otros. Su intención era buscar, en los huecos entre todas aquellas líneas, paredes que nadie hubiera tanteado siquiera. Él lo definió como “buscar tesoros”; de momento, solo planes. Sin embargo, para materializar aquellos planes iba a necesitar a una persona con una visión parecida a la suya. En eso tuvo suerte. La encontró en la mejor alpinista de Japón, Kei Taniguchi. En una entrevista con la revista Alpinist , Taniguchi definió así su filosofía: <<Para mí, explorar montañas desconocidas se asemeja a la vida misma. Como muchas personas, vivo enredada en inmensas cantidades de datos. Pero me gustaría que mi futuro permaneciera misterioso. Quiero visitar regiones con la menor cantidad de información disponible para encontrarme con la naturaleza en su estado puro, tal como es. Cuando empiece a ver y tocar la tierra, comenzaré a descubrir lo que puedo hacer, cómo puedo escalar más allá de lo imaginable>>. 

Juntos, Taniguchi e Hiraide escalaron el Spantik, el Laila Peak, el Muztagh Ata, el Shivling, el Naimona'nyi y el Kamet, donde abrieron una vía, la Samurai Direct, que les valió a ambos su primer Piolet de Oro ♾. Cuando Taniguchi falleció años después, en el monte Kurodake, Hiraide supo que había perdido mucho más que una compañera. Su muerte no solo dejó un vacío enorme en él, también la sensación, la seguridad, según le pareció entonces, de que no iba a poder encontrar a alguien que entendiera la montaña de la manera en la que la entendían Taniguchi y él. 

Pero entonces apareció Takero “Kenro” Nakajima, un escalador joven, hambriento de aventura, de exploración y de dificultad técnica. También él tenía una visión particular de las montañas en la que se entrevé la importancia de los espacios vírgenes por encima del aspecto deportivo. <<Creo que la razón por la que escalo montañas es porque allí arriba hay paisajes que nadie ha visto antes —dijo en una entrevista con su patrocinador, Nanga —. [Me atraen] los colores graduales que aparecen en el cielo antes de que salga el sol o después del atardecer y las superficies rocosas iluminadas por la luz de la luna>>.

Juntos, Hiraide y Nakajima, la experiencia y la ambición, formaron una cordada fortísima que en apenas dos años iba a llevarse dos nuevos piolets de oro por sus escaladas en el Shispare y en el Rakaposhi. 

Este es un buen momento para mencionar que Kenro Nakajima era, por sí mismo, un alpinista de talla mundial. Sus dos piolets de oro lo demuestran. Aunque los medios apenas han hablado de él estos días (tanto es así que ni siquiera han citado su verdadero nombre, Takero), Nakajima no aparece en absoluto como un secundario de esta cordada. Es cierto que él consideraba a Hiraide su mentor, su maestro, pero Hiraide, a su vez, lo consideraba a él una fuerza impulsora imprescindible. El año pasado, en una entrevista con El País , lo dejó claro cuando dijo: <<He escalado muchas montañas, y ahora les tengo miedo. Me asustan porque ahora conozco el peligro que hay bajo mis pies. Cuando me dirijo a una montaña, el miedo me hace dudar, me cuesta dar el paso, pero Kenro lo hace sin dudar ni un segundo. Yo he perdido esa inocencia. Su valentía es la razón por la que soy capaz de escalar estas montañas>>. Ninguno de los dos, por lo tanto, se habría convertido en el alpinista que llegó a ser, sin la presencia del otro. 
En el K2 buscaron lo imposible: escalar la vertiente más compleja en la segunda montaña más alta del mundo y considerada por mucho el ochomil más difícil . Solo una cordada antes que ellos había sido capaz de completar una línea en ella, pero lo hizo valiéndose de 20 escaladores y un estilo de expedición super pesado. Esa cara oeste del K2 fue su última aventura. No sabemos qué ocurrió allí, pero nos quedamos con la misma sensación que dijo tener Hiraide cuando murió Taniguchi; la de que su desaparición supone una enorme pérdida, un gran vacío para el alpinismo puro en el que se dan la mano la exploración, el estilo, la aventura, el minimalismo y la dificultad técnica.