Preparar una expedición
Una crónica de Vicente Castro, explorador polar y friend de Ternua en la que nos relata su expedición a Groenlandia trabajando a bordo de otro barco. Una navegación directa a la costa este groenlandesa en zonas despobladas.
15 Julio 2021, Bretaña
Hace ya mas de un año que nos preguntamos si algún día volveremos a viajar, nuestros sueños tiemblan a golpe de restricciones y confinamientos, regresamos al mundo de las fronteras. Intentamos ser razonables, re inventarnos y descubrir de nuevo las montañas que tenemos cerca.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y por la noche miro de reojo los mapas de Groenlandia apilados sobre la mesa de cartas, una postal de Islandia arrugada junto a la radio y me digo; que es tarde, que habrá que esperar, esas montañas apenas conocidas de la costa este groenlandesa, seguirán ahí, esperándonos.
Pero, las “sirenas” no dejan de llamarnos cada noche, una idea flota en el aire… ¿por qué no?.. intentémoslo. En menos de una semana las llamadas de teléfono se multiplican, Chamonix, Bélgica, Bretaña.. Asturias.. el barco se llama Kamak, un gran velero de 24 mts y dos mástiles. Como “Iorana”, dedicado a la exploración, la aventura entre hielos. No hay nada que perder.
Lleno mi furgoneta rápidamente; cuerda, material de escalada, ropa de navegación, munición para los osos, anotaciones sobre fondeaderos remotos en la costa este y esos mapas que empezaban a quemarme en los ojos.
Con tristeza dejo “Iorana” atrás, amarrado en Avilés y con un gusto amargo emprendo la ruta hacia el norte de Francia donde debemos poner a punto el barco.
Listas interminables de comida, Nico traerá frutos secos que producen sus amigos y me va poniendo al corriente de la cantidad de material que traerán; kayaks, cuerdas, hamacas, kilos y kilos de equipaje difícil de cuantificar.
La logística es compleja, ¿dos meses sin tocar puerto quizás? ¿Semanas? ¿Dónde? Aun no sabemos, el camino es largo y muy incierto. Dejamos de mirar las noticias y arbolamos la mejor bandera, la del “país de nunca jamás”.
Al llegar a Paimpol una exposición de fotos en las calles del puerto me recibe con icebergs y luces del norte, la placa de la calle “des terreneuvaises”. Otros marinos, otras épocas, la misma aventura. Zarpamos hacia las altas latitudes desde nuestras tierras, sin aviones y sin escalas, como siempre soñé.
“Una Golondrina”: Rockall banks, atlántico norte
Algo más de una semana desde que zarpamos, vientos ligeros y con poca ola al aproximarnos al suroeste de Irlanda. Con los prismáticos buscamos el brillo claro del islote Fastnet, la puerta del verdadero océano.
El buen tiempo permite a alguno romper los dedos en las regletas de la tabla que cuelga de la botavara de la trinqueta y los cubos de agua marina se convirtieron hace días en ducha matinal.
Enora lee libros en cualquier lugar y posición imposible, Bernard alcanza las 24h sin dejar de hablar y Nico y Sean improvisan a la guitarra, la gaita irlandesa o la flauta. Todos cantamos en conciertos improvisados a cualquier hora del día, perdemos la noción del tiempo. ¿Quién tiene prisa cuando es libre?
De repente una golondrina aterriza en la popa del barco, parece cansada, pequeña, vulnerable en mitad de un océano inmenso.
La rodeamos a cierta distancia fascinados, sin hablar, el tiempo se paraliza y Nico improvisa una letra a ritmo de guitarra.
Vuela por el interior del barco que se mueve con las olas, sin tocar las paredes, sin chocar con nada. Se posa, vuela por las cabinas abiertas y la timonería. Ajena a nuestra curiosidad reconoce el terreno.
Convencida, decide pasar la noche con nosotros, en la cabecera de mi cama donde la ponemos algunos granos y agua que no duda en tomar.
Después de dos días decide continuar su viaje, sola y sin gps, sin baterías y el sentido de la supervivencia mas desarrollado que la naturaleza ha creado.
Los animales, como el ser humano, migran, para sobrevivir, siempre aleteando hacia un mundo mejor, aunque nos cueste la vida.
“El país de nunca jamás”: Groenlandia, algún lugar de la costa este.
El primer hielo no se olvida nunca. Apenas hay media milla de visibilidad, y los hielos aparecen entre la niebla espesa, inmóviles, peligrosos. Reducimos la velocidad y el sol entre la niebla perfora la vista.
Cada vez más y la costa se dibuja en el radar. Todos estamos fuera esperando descubrir la roca, las montañas que intuimos hay fuera.
Me siento en casa, las profundidades del fiordo, lo poco que percibimos de costa y la línea que se traza en la tableta. Seguimos mis anotaciones sobre la tableta recogidas a bordo de “Iorana” 3 años antes.
El recuerdo de vientos fuertes pasados al ancla en esta bahía son suficiente garantía para no temer a los icebergs varados que se encuentran “demasiado” cerca de nuestro ancla.
“Mala suerte”, extraña palabra que no cabe en nuestra aventura para sentirnos al mismo tiempo los mas afortunados del mundo paralizado por el Covid. Es lo que pensamos bajo una lluvia heladora durante los primeros tres días.
La motivación nos impide dormir, la tripulación de Kamak desembarca una y otra vez, mojados y embarrados intentando subir a lo mas alto para ver “las paredes” o rompiéndose los dedos en la roca fría y húmeda.
Todo aún por descubrir, sin reglas, sin “info” ni croquis... Ningún documento de identidad para más de 3000km de viaje.
Escaladas en el circulo polar
Cuando conocí a mis compañeros de viaje rápidamente tuve la certeza que compartíamos un mismo objetivo, que nuestras motivaciones se encontraban en el mismo lugar. Conocía las experiencias anteriores de Sean y Nicolas en Groenlandia y tenía miedo que allí donde nos dirigíamos, las paredes pudiesen no estar a la altura de lo ya habían visitado anteriormente.
A la vista de las primeras focas sobre los hielos me di cuenta que nuestro “equipo” heterogéneo de alpinistas tenía una sola expectativa, no perder detalle de lo que nos rodeaba. No eran los metros de pared o la dificultad, era simplemente “estar ahí”.
Cada pico que aparecía entre la niebla, cada color del cielo, cada glaciar despertaba la admiración de todo el mundo a bordo.
Rápidamente, todos encontramos nuestro lugar, la descarga de material para un primer campo base bajo las grandes paredes de el fiordo de Kangertitviatsaq se hizo bajo el sol que nunca se pone.
El buen tiempo se instaló y disfrutamos de alguna ascensión rápida en la que no faltaron los crampones y los friends.
Todos encontramos nuestro nivel y las sonrisas no cabían en el salón de nuestro campo base flotante.
El plan sería separarnos para regresar a principios de septiembre y juntarnos de nuevo para la navegación de regreso a Bretaña.
Dejamos a Nico, Jean Louis, Sean y Aleksis en un campamento bajo magníficos big-walls”, a su imagen, “colorido y alegre”. Reducida la tripulación nos dirigimos más al norte, hacia los 68º de latitud para continuar nuestro viaje exploratorio.
Estrecho de Dinamarca, ballenas, hielo y depresiones
Terminada una primera parte de nuestro viaje, nos encontramos al final de agosto fondeados en Islandia, en el parque de Hornstrandir, la punta norte de los fiordos del noroeste, inaccesible por tierra.
Las millas marinas se han sucedido como los metros de escalada y las imágenes retenidas en la memoria para siempre. El mes de agosto nos ha tratado bien, hubo cumbres desde donde vimos atardeceres de los que no se olvidan y hasta un oso que quiso sumarse a la tripulación.
La realidad del final del verano nos atrapa y una fuerte depresión, por el momento, nos impide regresar de nuevo al país del hielo y el sol, debemos ser pacientes con las ráfagas de 50 nudos que a veces hacen “derrapar” nuestro ancla.
Aun tenemos que cruzar las 300 millas que nos separan de nuestros amigos que nos esperan, recuperarlos y aprovechar aun algunos días de montaña con una nueva tripulación a bordo.
Como las ballenas, habrá que ir pensando en descender pronto a latitudes más “amables” y dejar el territorio a sus verdaderos habitantes.
El año de la pandemia nos trajo algo que no debemos olvidar, vida, solo hay una.