Un artículo de escalada de Iker Madoz, alpinista.

Desde el momento en el que me comentaron la posibilidad de escribir en el blog he estado dándole vueltas a la cabeza acerca de un buen tema para escribir, algo que pudiese contar que fuese interesante para el público. Y, al mismo tiempo, algo de lo que me sintiese capaz de hablar y darle forma en un papel. De esta manera, tras días de debate con amigos, nos transportamos a la cara norte del Ripera, una montaña de aproximadamente 2700 metros de altura situado en el Valle de Tena y al que se accede desde Panticosa. Se trata de uno de esos escondidos lugares del Pirineo que, junto a su vecino El Forato, forman un lugar espectacular para la escalada invernal.

Fue durante el final del otoño del año pasado, todavía no habíamos cogido los piolets desde la última salida de verano de escalada a países extranjeros y Alberto Fernández, Ander Zabalza y yo estábamos ansiosos por pasar frío, dormir en algún vivac cutre y vivir aventuras de escalada. Las cuales, aunque no sean comparables con aquellas que vives en montañas más altas y salvajes, son lo suficientemente completas como para matar el gusanillo durante unos días. Así, nos juntamos los tres amigos y, con las mochilas para dos días, salimos rumbo a la norte del Ripera.

escalada-iker-madozEn estas maravillosas mochilas, similares al bolsillo mágico de Doraemon, llevábamos de todo, siendo cada cosa imprescindible, ya que teníamos que llevarlo todo encima mientras andábamos y escalábamos. Y la gravedad no deja a nadie indiferente. Comida para los tres para dos días, dos juegos de friends, fisureros, clavos, cintas, dos cuerdas de 60 metros, cordino, gas, hornillo, esterillas, sacos, botas, pies de gato, crampones, piolets, ropa, guantes, etc. Eran la mayoría de las cosas que llevábamos a nuestras espaldas para la escalada. Todo ello para buscar una línea nueva en una pared con bastantes posibilidades. Pero ojo: nuestra manera de entender la montaña, la ética y la filosofía aprendida nos llevan a escalar líneas evidentes en las que la roca nos ofrezca dónde protegernos. Porque si os habéis dado cuenta, el taladro, baterías y chapas no iban en nuestras mochilas; eso, junto a que somos personas normales y corrientes que no nos gusta arriesgar más de la cuenta, hace que nuestra aventura esté minuciosamente unida a lo bondadosa que sea la pared dándonos agujeros y fisuras en los que protegernos.

Así, con la línea en la cabeza y algunas fotos en el móvil, tras 3 horas de aproximación llegábamos al pie de vía de escalada, al inicio del dibujo imaginario al que le queríamos dar salida. El primero de la cordada escalaría sin mochila, con todo el material para protegerse colgando del arnés, una mochila la subiríamos con el cordino de reunión a reunión y las otras dos mochilas las llevarían los segundos de cordada. Dicho de otra manera, el primero es el que importa y los segundos van jodidos con una buena mochila a cada espalda.

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Los largos se fueron sucediendo, uno tras otro, buscando en cada metro cuadrado sitios para protegerse y cantos de los que tirar para avanzar. Algún largo de roca más rota, en el que desguazarse más el cerebro para proteger, dejaba al escalador de primero rendido por un rato, por lo que nos cambiábamos las cuerdas y seguía otro de primero. Tras salir de un diedro techo diagonal enorme llegamos a un terreno menos evidente con innumerables caminos, todos ellos igual de inciertos. Poco después llegó la noche, sacamos las frontales y escalamos un largo más hasta llegar a unas pequeñas repisas de nieve que intuíamos desde abajo. Ahí pasamos la noche, dos sentados y otro tumbado; con vistas al Valle de Tena y cobertura en el móvil, el romanticismo se está yendo a la mierda.

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A la mañana siguiente, después de haber dormido mejor de lo esperado, teníamos que decidir si salir hacia lo que parecía el escape ya hacia unas rampas de nieve a mano derecha, o adentrarnos a la pared a mano izquierda siguiendo un sistema de viras, diedros y fisuras que parecían depositarnos en las rampas cimeras. La segunda opción era más similar a meterse a la boca del lobo, pero como de ganas íbamos todavía pletóricos y teníamos clavos para rapelar si se diese el caso, decidimos tirar a la izquierda.

Este segundo día fue más variado, algunos largos los escalábamos con gatos y magnesio y otros con botas, crampones y piolets. Cambios de material mayormente incómodos y molestos, ya que la pérdida de botas, crampones y piolets sería significaría tener que retirarnos con show incluido.

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Se podría decir que la escalada se nos dio bien, íbamos encontrando el camino más o menos evidente y, temblores y suspiros aparte, íbamos ganando metros. Sí que, fue destacable los dos vuelos que tuvimos Alberto y yo escalando de segundo cuando se nos rompieron diferentes agarres, ambos en largos en diagonal, en los que la cuerda venía de lado. En mi caso acabé unos metros por debajo, hacia un lado y boca abajo, todo ello con mochila a la espalda; un buen susto.

Por lo demás, todo fue bien y con las últimas luces conseguimos alcanzar las rampas cimeras. Vuelta a poner los frontales y hacia arriba, la salida la teníamos por el lado derecho y estábamos al izquierdo. Tras 200 metros en ensamble en terreno mixto y unos juramentos debido a la desilusión al llegar a collados y ver que por ahí no teníamos salida, alcanzamos la cima del Ripera. Ahora ya sí, contrastando con la foto de lateral que llevábamos, creíamos que en el primer collado nacería una canal de nieve tiesa que nos llevaría al final de una vía abierta hace unos años llamada Axioma, por la que podríamos rapelar. Con las ideas claras y un poquito de acojone al bajar por una canal de nieve los tres encordados y sin el final a la vista, fuimos perdiendo metros hasta ver que esta se empezaba a abrir para dar paso a unas laderas más abiertas. Y un poco más abajo lo vimos, el clavo del primer rápel de Axioma brilló con los focos de las frontales. Las dudas se disiparon y ágiles como tortugas rapelamos hasta llegar al suelo.

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Dos horas después, tras deshacer el camino de ascenso del día anterior, estábamos llegando al coche, eran la 1:00 de la madrugada y nuestras ansias por vivir una aventura de escalada habían sido sucumbidas con la apertura de una nueva vía en un precioso rincón del Pirineo. Esta noche tuvimos suerte y conseguimos ocupar la casa de Inoriza en Sallent, una noche más a la intemperie con uno sacos húmedos no nos apeteció a ninguno.

La mañana siguiente, con el cuerpo magullado, amanecimos en el pequeño salón de Sallent, entusiasmados empezamos a hacer cafeteras y cafeteras y le comenzamos a dar forma a la laboriosa reseña: material a llevar, clavos que dejamos, metros, reuniones, etc. Y, lo más importante, el nombre, uno que denomine lo que para nosotros fue su escalada: Edertasunaren Bilaketa. (La búsqueda de la belleza).

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