Jötunn: una aventura de exploración en los ríos de Islandia
Artículo escrito por nuestro friend y kayakista Mikel Sarasola
Jötunn es un documental en el que hemos intentado enseñar una aventura de exploración desde dentro. Porque el kayak extremo, más allá de lo que pueda parecer, no son unos locos que se tiran por cascadas. Somos personas que preparamos cada descenso al detalle y llevamos una vida trabajando en la técnica para poder hacer aquello que para la gran mayoría sería un suicidio. Diría que vivimos la naturaleza de una manera diferente, con una conexión especial con el agua y ríos. Para un kayakista, lo de menos es la foto o una toma espectacular, porque normalmente todo lo importante pasa con la cámara apagada. Lo importante es estar allí fuera, disfrutando de una pasión que le da la energía vital que le hace caminar por este mundo. Pero a veces también toca encender la cámara y esta vez hemos intentado enseñar eso que normalmente no se ve.
Diría que en España tenemos uno de los niveles más altos a nivel mundial en cuanto a kayakistas se refiere, y eso es importante reivindicarlo. Por eso creo que este documental tenía que hacerse.
Islandia: país de cascadas
Una cascada es -probablemente- la formación más estética e hipnótica que podemos encontrar en un río. Y si hay un país que destaca por sus cascadas, ese es Islandia; un país que está viviendo un boom turístico, cimentado principalmente en su impactante Naturaleza: volcanes, glaciares, aguas termales, géiseres y, por su puesto, cascadas. Skogafoss, Godafoss, Dettifoss, Svartifoss... son sólo algunas de las paradas obligatorias que llenan revistas y redes sociales de impactantes fotos. No es de extrañar, por tanto, el interés que suscita esta pequeña isla perdida en el Ártico entre los kayakistas extremos.
A principios de año, charlaba con Aniol Serrasolses, uno de los mayores referentes del mundo del kayak extremo y mi compañero de remadas en muchas aventuras, sobre la opción de ir a Islandia a intentar abrir ríos nuevos. Tras un año parados, había ganas de arrancar de nuevo y esta isla era una buena opción, cercana y con las fronteras accesibles. Él ya había estado por allí y había explorado el terreno antes. Me confirmó que aún quedaba mucho mundo por descubrir en esas tierras y que le encantaría adentrarse en la zona en busca de nuevas aventuras.
A mí siempre me ha atraído de manera especial la exploración. Un viaje se prepara y se espera de manera diferente con la incertidumbre de lo que te viene por delante. El no saber si vas a encontrar algo, el miedo a meterte en lugares inexplorados y que todo sea un fracaso, la adrenalina de estar remando en lugares por donde nadie había bajado antes y no saber si el siguiente rápido será navegable… diría que es una sensación muy diferente a remar por ríos de donde ya tienes toda la información. Si Aniol decía que había opciones de exploración interesante, había que probarlo.
Caímos en la isla a mediados de junio y normalmente es la época de mayor deshielo aunque, según nos comentaban los kayakistas de la zona, este año el verano se estaba retrasando y todavía quedaba mucha nieve acumulada. Parecía que podíamos haber llegado en buen momento.
Dejamos atrás Reikiavik rumbo al Sur, donde arrancaría la exploración. Situado al sureste de la isla, Vatnajökull es el más grande de los cuatro campos de hielo de Islandia. En su parte suroeste, hay una zona en el que los glaciares se encuentran relativamente lejos del mar, donde además se concentran varios ríos relativamente largos en un área bastante reducida.
Por el camino, fuimos pasando de un valle a otro, pero un río tras otro, todos estaban secos. Hacía un frío intenso que no superaba los cinco grados, y el tan anhelado deshielo no parecía querer sumarse a la aventura. La frustración era evidente y los ánimos estaban muy bajos. Con los ríos tan secos no tenía sentido intentar ninguna misión que demandara mucho esfuerzo. No arrancaba bien la cosa.
Decidimos, por tanto, seguir subiendo hacia el Norte, donde sabíamos que había algunas conocidas cascadas como Godafoss, Aldeyjarfoss o Ullerfoss, que probablemente llevarían agua. En nuestra infructuosa ruta, que más parecía un viaje turístico que de kayak, fuimos parando en diferentes puntos turísticos como un cañón llamado Studlagil, en el que hace años, al construir una presa en la parte alta y reducir su caudal, emergió de sus aguas un espectacular cañón de paredes basálticas.
Al más puro estilo “guiri”, queríamos ir a remar allí y hacer algunas tomas para la película. Cuando nos acercamos al lugar, justo antes del cañón, vimos asomar un afluente que parecía llevar agua y, a juzgar por el color blanco de su recorrido, se intuía cierto movimiento. Para nuestra sorpresa, el afluente tenía un buen caudal y una impresionante secuencia de rápidos y cascadas navegables en su parte final. Sacamos el dron y lo volamos varios kilómetros arriba para ver el río. Aquello pintaba muy interesante. Planificamos el acceso mirando mapas y calculamos el tiempo que necesitaríamos para remar aquella sección. Un día parecía suficiente, ya que no parecía muy largo. ¡Ya había misión!
Cargados de muchas ganas y energía, a la mañana siguiente nos echamos los kayaks a la espalda y recorrimos casi sin descanso los 5 km que llevaban a su parte alta. Llega un punto donde se terminan los rápidos y el río se tranquiliza, lugar donde una cascada de unos 30 metros de alto marca el inicio de la sección más interesante. Entramos al río justo debajo. Estrechas y verticales paredes volcánicas guiaban el cauce del río, donde los rápidos no presentaban excesivas dificultades, más allá de un par de peligrosas cascadas, pero el paisaje era sacado de otro planeta.
Este río fue no fue más que un oasis momentáneo en nuestro viaje, porque no requería de mucho caudal para poder remarlo, pero el resto del territorio, lamentablemente, seguía seco. Tras este “chute” de positividad seguimos nuestro camino hacia el Norte. Los siguientes días nos acercamos a remar algunas cascadas clásicas que nos servirían para ir tomando el pulso al juego de los saltos, mientras subían los caudales por el Este.
Un amigo nepalí condujo más de 6 horas para sumarse a nosotros para el descenso de Godafoss, una cascada de unos 12 metros, con la mala suerte de que, en su segundo salto, cayó demasiado plano, y se partió la espalda. Un tremendo susto, que exigió la pertinente visita al hospital de Akureyri, que confirmó la mala noticia. Afortunadamente con unos meses de reposo volvería a estar bien.
Esto fue una rápida llamada de atención de a qué te expones cuando vas a remar cascadas. El riesgo que suponen y de lo precisos que hay que estar todo el tiempo. Un despiste te puede costar demasiado caro... y es algo que siempre tienes presente para mantener la concentración necesaria, pero que no debe de llegar a bloquearte.
Con buenas previsiones climatológicas, partimos de vuelta hacia el Este en busca de ríos. Acampamos en el take-out del Kelduá, un río que se descubrió hace pocos años, allá por el 2015, y que tiene una sección de unos 10 km de cascada-poza seguidas, que bien podrían haberla sacado de nuestros más inspirados sueños. No era una exploración, pero había ganas de conocer ese río.
Nos despertamos por la mañana con sol y cielo azul fuera de la tienda de campaña. Así, de repente, nos habíamos despertado en el verano. Con los kayaks a la espalda y la cámara en la mano, nos pusimos en marcha. Una sencilla caminata de 8 km dejó paso a uno de los días más épicos que recuerdo en el agua. Nos llevó todo el día descender toda la sección. Descendimos más de 15 cascadas y una multitud de rápidos. De repente todo fluía, nos sentíamos cómodos, no hubo errores graves y diría que sólo por ese río todo el viaje valió la pena. Pero queríamos más exploración.
Llegamos a las 23.00 al final del río, donde teníamos el campamento. En ese punto confluyen el Kelduá y el Fellsá. Este segundo río también parecía ir con un buen caudal, y de él, en cambio, no habíamos oído nada. Tras mirar los mapas, concluimos que podía ser otra buena exploración. En su parte baja se veía tranquilo, pero los perfiles mostraban mayor desnivel en su parte alta.
Sin embargo, el Fellsá nada tenía que ver con su vecino Kelduá. La aproximación era más dura porque el río se adentra en algunos profundos cañones, que nos exigieron un esfuerzo extra para entrar al río, y el paisaje era mucho más rocoso. Resultó ser un descenso de 9 km de una dificultad media de cuarto grado, en general bastante fluido y agradable, con rampas y rulos franqueables y muy nobles, pero con un rápido más complicado en la parte final que requería de cierto coraje: un salto que cae a una rampa que termina en un gran rulo que abarca casi la totalidad del río. El combo perfecto para Aniol, que descendió majestuosamente, mientras que Aleix y yo caminamos también con bastante estilo.
Aprovechando la gran concentración de ríos que hay en el Este y los altos caudales del momento, nos quedamos por la zona de Egillstadir explorando algunos ríos nuevos y remando otros que son más conocidos. El Fagradalsá y el Kaldakvisl fueron dos de los ríos que más me gustaron por la zona con tramos cortos y de cauce estrecho, pero con espectaculares saltos.
Al final exploramos un río más, el Gilsá, que desemboca en el lago Logurínn, un río sorprendentemente de estilo alpino. Seguramente, el más exigente y el menos espectacular visualmente de todos los que hicimos con una sección de clase cinco de rápidos muy continuos donde no hay respiro. Remamos un tramo corto, de algo más de tres kilómetros, pero que nos exigió lo máximo de nosotros. Fue un "sálvese quien pueda", un estilo de remar que exige una concentración constante y que no permite errores. Casi ni respiramos hasta que nos encontramos el puente que marcaba la salida del río.
Y así se nos fueron las tres semanas que teníamos para explorar los ríos de la isla. Lo que empezó como un frustrante e infructuoso viaje por el Sur, terminó dando sus frutos en el Este de la isla, donde la concentración de ríos es mayor. Nos quedamos con la pena de tener que emprender el viaje de vuelta cuando el deshielo estaba en su punto álgido.
Quedaron atrás meses de planificación preparativos. Aunque, como todo viaje de aventura que se precie, el viaje tuvo innumerables altibajos y una gran dosis de improvisación. Tras un año en el dique seco, volvimos a hacer una expedición con amigos, como si fuera un nuevo comienzo, como si hiciera siglos de la última aventura. Es en la Naturaleza y en los ríos donde somos nosotros mismos, donde nos sentimos realizados, y no se me ocurre mejor lugar que Islandia para arrancar de nuevo.
Como ya he comentado, esta expedición la hemos dejado plasmada en la película “JÖTUNN”, que podéis encontrar en: https://www.redbull.com/es-es/films/jotunn