Cinco inventos que cambiaron el alpinismo y la escalada
El alpinismo y la escalada son disciplinas que han evolucionado de la mano del desarrollo técnico. Incluso en su forma conceptualmente más pura (y loca), el free solo, la escalada requiere de un puñado de magnesio y de un par de pies de gato, un calzado cuyo desarrollo llevó bastante tiempo y muchas pruebas. Y en cuanto al alpinismo, hoy en día ni siquiera se considera pureza escalar un corredor tallando escalones; es, más bien, una estupidez.
La invención y mejora del material de montaña no solo ha aumentado la seguridad y comodidad durante la actividad, sino que ha abierto nuevas fronteras, ha creado nuevas disciplinas deportivas. Algunas herramientas aparecieron para solucionar un problema, pero otras fueron la respuesta a una nueva forma de pensar. De entre todas las que han marcado un cambio significativo, nosotros hemos seleccionado estas, aunque hay muchas más.
El piolet
El origen del piolet hay que buscarlo en dos artilugios distintos que pastores, cazadores y buscadores de cristales ya usaban mucho antes de que naciera el alpinismo.
La primera de estas herramientas es el alpenstock, un bastón de unos dos metros de largo rematado por una puntera de acero en la parte inferior cuyos orígenes se pierden en la edad media. Se utilizaba como apoyo, pero en terreno nevado también para sondear el suelo en busca de grietas. Artilugios similares al alpenstock podemos encontrarlos en cualquier lugar en el que la ganadería se haya desarrollado en lugares escarpados. En Canarias es célebre el “salto del pastor”, toda una disciplina de progresión por la montaña en la que se usa una pértiga bastante más larga que el alpenstock pero que, por lo demás, tiene la misma forma.
El otro artilugio que dio forma al piolet fue el hacha de hielo, una herramienta que constaba de un mango de madera corto y una cabeza en forma de azada, o de hacha, o de ambas. Lo usaban sobre todo los buscadores de cristales para tallar escalones en el hielo cuando era necesario transitar sobre glaciares o sobre pendientes con la nieve muy dura. Hoy en día existe una herramienta similar, conocida como pulaski, que se utiliza en la extinción de incendios forestales.
El alpenstock y el hacha de hielo ya estaban presentes cuando Balmat y Paccard coronaron el Mont Blanc en 1786 dando el pistoletazo de salida oficial al alpinismo. Desde entonces, no hubo guía de Chamonix que no las emplease en su quehacer diario. En algún momento, a principios del siglo XIX, se añadió un pequeño garfio de metal en la parte superior del alpenstock; un cambio sutil que, sin embargo, permitió usar la herramienta, no solo para el apoyo, sino también para la tracción. Y por fin, hacia 1840, algún genio anónimo revolucionó el alpinismo al fusionar ambas herramientas en una y acortar el vástago hasta el metro y medio, aproximadamente. La puntera de acero del alpenstock se convirtió entonces en el regatón del piolet, y el hacha de hielo en su cabeza. Esta parte superior seguiría evolucionando con el tiempo, cambiando la punta en forma de hacha por otra en forma de pico, añadiendo dientes en la parte inferior de la hoja, cambiando el ángulo de ataque, sustituyendo, en ocasiones, la parte en forma de azada por otra en forma de martillo… También el mango iría evolucionando: acortándose, curvándose, incorporando una empuñadura… El piolet moderno tiene formas muy diversas, pero sigue siendo, casi doscientos años después de su nacimiento, una herramienta sin la cual el alpinismo no es concebible.
Los crampones
El caso de los crampones es muy sorprendente. Aunque los pastores, cazadores y cristellers de los Alpes utilizaban unos artilugios conocidos como grapettes que eran, claramente, antecedentes del crampón, ningún guía de montaña ni alpinista los usó durante más de un siglo. En su lugar, durante todo el siglo XIX se escaló con botas claveteadas. Las botas claveteadas no solo ofrecían una “mordida” muy pobre sobre el hielo, sino que, además, patinaban peligrosamente sobre la roca. Es increíblemente meritorio y, a la vez, increíblemente absurdo, que todas las grandes montañas de los Alpes fueran conquistadas con botas claveteadas, existiendo los grapettes.
Y no queda ahí la cosa. Cuando en 1908 un escalador angloalemán, Oscar Eckenstein, inventó los crampones (encargó su forja al herrero de Courmayeur Henry Grivel), la comunidad alpina francesa los denostó como si fueran una especie de trampa innoble. Los crampones de Oscar Eckenstein (que, por cierto, también inventó el boulder), tenían diez puntas, todas ellas verticales, y se fijaban a la bota mediante correas. De esta forma se podía progresar sin peligro sobre el hielo y, una vez retirados, también sobre la roca. Sin embargo, gran parte de los alpinistas se decantaron por los tricounis, una innovación anterior—de 1902—, que consistía en fijar una serie de dientes de acero en los bordes de las suelas. Estas pequeñas puntas agarraban bien en hielo, pero no se podían quitar para progresar por roca. A pesar de la clara superioridad del crampón, los tricounis fueron utilizados durante décadas. Se consideraba que eran mejores para ciertas ascensiones. Sin ir más lejos, Heinrich Harrer ascendió con tricounis la norte del Eiger en 1936. Posteriormente admitiría, eso sí, que fue un error de juicio.
Con el tiempo el crampón demostró su ser una herramienta superior y pronto empezaron a aparecer innovaciones; primero, las dos puntas frontales (introducidas por el hijo de Grivel en 1929); después, una placa regulable que permitía ajustarlos al tamaño de la bota; más tarde, los crampones rígidos; los semiautomáticos; los automáticos… Hoy en día el crampón es, junto con el piolet, la herramienta básica del alpinismo.
El arnés
El arnés es un elemento curiosamente reciente en el mundo de la montaña. Tanto, de hecho, que solo los Friends y los descensores son de aparición más reciente. Durante más de ciento ochenta años, quienes practicaron alpinismo o escalada se encordaron anudando la cuerda a su cintura mediante un as de guía. Esto no representó un problema en los primeros tiempos, cuando la cuerda rara vez servía para detener una caída de factor elevado. Pero la cosa cambió a medida que se desarrollaba la escalada en roca. Entonces sí, la cuerda podía salvar al escalador de morir, pero también podía provocarle una lesión de columna o una rotura de varias costillas en una caída no demasiado larga. La falta de arnés, unida a la precariedad de los primeros seguros y a lo primitivo de las técnicas de aseguramiento se convirtió en un gran freno en la búsqueda de la dificultad extrema. Había que tener mucho valor, en aquella época, para escalar por encima del último seguro y cerca del límite de la propia habilidad.
Los primeros intentos de solucionar este problema consistieron en formas imaginativas de utilizar la cuerda. Por ejemplo, el nudo edil, creado por el célebre escalador aragonés Alberto Radabá ofrecía la ventaja de crear aros independientes para las piernas y una bandolera para detener las caídas boca abajo, aunque consumía bastante cuerda en una época en la que los escaladores hacían tiradas cortas porque las cuerdas eran muy voluminosas. Es de suponer que, como este, hubo muchos otros inventos que no se extendieron más allá de sus respectivas zonas de influencia.
Finalmente, en los años 60 aparecieron los primeros arneses comerciales. El que es considerado el primero (la cosa está disputada) fue más bien una evolución del cinturón Swami, que se usaba en Estados Unidos; una simple adición de perneras. Después, en los 70, apareció el francés Baudrier, un arnés de pecho que parecía solucionar el peligro de volteo durante un vuelo con la mochila puesta, pero que posteriormente se demostraría igualmente lesivo para la columna en determinadas caídas.
Entonces apareció el arnés completo, que era, realmente, un gran invento; repartía mejor la superficie de impacto, evitaba el volteo, era cómodo si había que estar suspendido en los pasos de artificial... Desde el punto de vista de la seguridad era intachable, pero tenía una inesperada ventaja: no permitía quitarse la ropa durante la actividad. Aun así, el arnés completo fue ampliamente utilizado durante años. Con la llegada de la escalada deportiva, sin embargo, se popularizaron los arneses de cintura tal y como los conocemos hoy: con perneras independientes, anillo ventral y bucles para portar material. Desde su aparición, la mayoría de los cambios que ha sufrido el arnés de cintura se han producido en el material, las costuras y los colores (benditos años 90); por lo demás, el concepto sigue siendo el mismo y aún está por llegar la marca que introduzca un cambio disruptivo.
Los mosquetones
Los mosquetones son un elemento fundamental para el aseguramiento en alpinismo y escalada. Sirven para unir la cuerda a los puntos de anclaje, así como para fijar el dispositivo de aseguramiento al compañero de cordada, o a nuestro propio arnés cuando descendemos. Sin ellos, simplemente, todo sería mucho más complicado y mucho más inseguro (nada corta una cuerda como otra cuerda). Tal vez eso explique que, desde que llegaron al mundo de la montaña, se hayan producido pocos cambios de importancia en ellos, más allá de las esperables mejoras en los materiales.
El origen de los mosquetones hay que buscarlos, según casi todas las fuentes, en la década de los 60 del siglo XIX y en el cuerpo de bomberos de Múnich, que utilizaba unos artilugios muy parecidos en sus maniobras. Seguramente, aquellos mosquetones primitivos se parecían más a los actuales mallones, pero la idea estaba ahí. Al parecer fue el escalador Otto Herzog el que los introdujo en el mundo de la escalada a principios del siglo XX.
Los mosquetones eran elementos seguros, pero muy pesados. Pierre Allain, un escalador francés y gran innovador del mundo de la escalada desarrolló unos mosquetones de duraluminio en 1939. Bill House, en Estados Unidos, hizo algo parecido debido a la escasez de hierro y acero durante la Segunda Guerra Mundial. En 1958, Allain, que no paraba de innovar (también inventó los pies de gato, las chaquetas de pluma y el primer descensor), mejoró sus mosquetones creando el zicral, una aleación que tiene un alto porcentaje de aluminio y zinc y que es a la vez ligera y muy resistente.
Las otras innovaciones reseñables fueron el gatillo de bloqueo automático, en 1975, y el primer mosquetón de gatillo curvo para facilitar la introducción de la cuerda con una sola mano, algo que ocurrió tan tarde como 1984, coincidiendo con el auge de la escalada deportiva.Por lo demás, el mosquetón es un invento tan genial que se ha mantenido casi sin grandes cambios durante cien años. Nadie que viera un alppenstock o un cinturón Swami podría sospechar que en ellos estaban los gérmenes del piolet o del arnés, respectivamente; pero cualquiera que vea un mosquetón de 100 años sabe exactamente lo que es.
Pitones, buriles y friends
Aunque podríamos haber escogido cualquier otra pieza de material para cerrar la lista, como por ejemplo los pies de gato, hemos preferido hablar de estas tres piezas —pitones, buriles y friends— porque nada como su sucesiva aparición ejemplifica la evolución ética de la escalada. La invención de cada uno de ellos no significó la desaparición de sus predecesores; los pitones o clavos no hicieron que desaparecieran los seguros de fortuna, los buriles no hicieron caer en desuso los pitones, y los Friends no han acabado con los buriles. Sin embargo, cada uno de ellos representa una forma de pensar que definió una etapa distinta.
Durante los primeros tiempos, cuando el terreno de juego ganaba verticalidad y ya no se podía contar con detener la caída del compañero mediante la propia fuerza, se aprovechaban las formas más obvias del terreno para crear puntos de seguro. Se podía pasar, por ejemplo, un cordino por un puente de roca, o alrededor de una protuberancia rocosa. Después, generalmente, se pasaba la cuerda por estos aros de cordino, creando un sistema muy peligroso en caso de caída (ya lo hemos dicho, nada corta la cuerda como otra cuerda) y se confiaba en detener al compañero tirando de cintura. El problema de la unión de la cuerda con los seguros se solucionaría definitivamente con la aparición de los mosquetones, el del método de aseguramiento tardaría más, pero ese es otro tema.
Llegó un momento (y una verticalidad), en el que no se podía contar con encontrar seguros de fortuna por el camino. Surgieron entonces unos pitones muy largos que se introducían a martillazos en las grietas y que se usaban para montar reuniones (puntos de encuentro entre largos de escalada). Después, hacia comienzos del siglo XX, se alcanzaron niveles de dificultad que hicieron que los clavos, ya más ligeros, se usasen también para asegurar los tramos más complicados. Aunque el debate sobre la pureza y el estilo parezca algo nuevo, ya desde el principio hubo encendidas discusiones sobre si los clavos debían servir para asegurarse en caso de caída, o si podían emplearse también para progresar. Paul Preuss, legendario escalador austriaco, estaba en contra de cualquier medio artificial (aunque paradójicamente es considerado uno de los introductores de los pitones en la escalada, solo para aseguramiento de sus compañeros). En cambio, Hans Dülfer, otra leyenda de la escalada, estaba a favor de cualquier medio que ayudara en la progresión.
Este debate daría lugar a una disciplina nueva: la escalada artificial, frente a la clásica. En la artificial, los seguros no solo son solo eso, seguros; también son elementos de los que colgarse para emplazar nuevos seguros y poder así ir ascendiendo, mediante estribos, péndulos y, aunque parezca lo contrario, mucho, mucho valor. Esta disciplina trajo aparejado el desarrollo de una enorme variedad de pitones de todos los tamaños y formas. Era necesario poder aprovechar cualquier irregularidad para seguir progresando. De ahí a crear uno mismo las irregularidades a voluntad medió un paso.
En eso consistía, precisamente, el burilado. Los buriles no emplean las grietas del terreno, sino que taladran sus propios agujeros. Con su invención desapareció lo imposible, las vías se volvieron rectas (las famosas direttisimas), uno podía ascender a martillazos por donde fuera, siempre que tuviera voluntad, paciencia y un buen brazo. Y el brazo ni siquiera era condición indispensable, como demostró Cesare Maestri en su infausta vía del compresor, en el Cerro Torre. Frente a esta filosofía, ya lo dijimos en su día, otros como Walter Bonatti escogieron la pureza y el minimalismo.
Precisamente fue un caso notorio de manipulación del medio lo que desembocó en la invención de los artilugios de aseguramiento más geniales que se hayan creado nunca: los friends. En 1980, Ray Jardine estaba tratando de escalar en libre la celebérrima Nose de El Capitán, en Yosemite (algo que finalmente conseguiría Lynn Hill en 1993). En un momento dado, supuestamente (él lo niega), talló unas regletas mínimas para poder completar una travesía muy complicada que hoy lleva su nombre. Aquello fue un escándalo en el valle y se dice que Jardine ostenta el récord de ser el escalador más vilipendiado de la historia de Yosemite. Sea como fuere, el caso es que Jardine no solo era escalador, también era un ingeniero como la copa de un pino, así que se sacó de la manga una genialidad que dio un vuelco a su reputación. Esa genialidad la conocemos hoy en día como friend.
Los friends no son otra cosa que fisureros mecánicos. Constan de un vástago con unas levas móviles que se retraen para introducirse en las grietas; algo que se puede hacer con una sola mano. La cuerda se coloca en un mosquetón que cuelga del vástago. Durante una caída, las levas se expanden y redirigen la energía contra los bordes de la grieta. Es decir, que cuanto más se tira del vástago, más trabado queda el invento. Y por si esto fuera poco, cuando termina el drama, basta con accionar el mecanismo y el friend sale sin problemas y deja la grieta como si por allí no hubiera pasado nadie (excepto cuando se ha metido mal y se queda allí para siempre, claro)
Los friends han hecho posible que la escalada ética no sea tan comprometida. Gracias a ellos, uno puede permitirse escalar una ruta sin manipular el medio y, a la vez, sin tener que jugarse la vida con aseguramientos precarios y demasiado distanciados.